LUMIERE ET NUIT

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    Cap. 13 Una broma que se sale de control


    André y Oscar se guiñaban el ojo. Les parecía que tenían todo bajo control con lo de las bromas a Madame Dubarry. Sin embargo, había un temor escondido que los hacía tratar de ser cautelosos.
    - ¿En qué piensan, par de bribones?
    - En nada, abuela- dijo André.
    - En nada bueno será- añadió la abuela.- Tienen una cara de picardía que apenas pueden con ella.
    André y Oscar se sonrieron. Vaya que si traían algo entre manos.
    El general Jarjayez llegó tiempo después. Miró a los muchachos y dijo.
    - Los espero en Versalles en un rato más. Oscar, la princesa María Antonieta necesita tu compañía hoy más que nunca.
    - Sí, padre, ahí estaré.
    André se preocupó.
    Ambos salieron de ahí, con bastantes dudas.
    - ¿Qué razón tendrá hoy la princesa para necesitar tanto cuidado?
    - No lo sé, pero no debe ser nada bueno. ¿Y si se dieron cuenta de lo de las bromas?
    - No lo creo. Si hubiera sido así, se lo habrían contado enseguida a mi padre. Gastemos la última y así terminarán las ideas que tenemos contra Madame Dubarry. Vamos a reivindicar el nombre de la princesa María Antonieta.

    Subieron a su caballo y se dirigieron rápidamente hacia Versalles.
    En cuanto desmontaron, los oficiales de la guardia dijeron a Oscar.
    - Capitán…los guardias estamos reunidos en el patio central. El rey va a estar en audiencia general.
    Oscar miró a André.
    Éste llevó los caballos adentro.
    - Ven, André.- pidió Oscar- quédate cerca.
    André asintió.
    Juntos entraron al patio central.
    El rey recorrió a cada uno de los guardias.
    - Necesito que se alisten. Les será tomada protesta y juramento. Deberán guardar lealtad a Su Majestad- dijo el general Mondieu.
    Oscar asintió.
    - ¡Guardias! Posición de firmes.
    Todos se alistaron a la voz del capitán Jarjayez.
    André lo miraba con algo de envidia. Él también quería portar aquel uniforme. Pero le era imposible.
    Entraron todos al palacio.
    Oscar y André observaban al exterior.
    - La princesa está dentro. En un momento saldrá a los jardines.
    - Madame Dubarry ya está abajo. Seguramente volverá a cruzarse con ella con la intención de que le hable.
    - Yo sigo mirando ese pleito entre nobles.
    Madame Dubarry ya había hablado con el rey al respecto.
    María Antonieta escuchaba al conde Gemeni que le explicaba.
    - Princesa…debéis hablar con Dubarry hoy mismo.
    - ¿Quién me va a obligar a ello?
    - Su Majestad.
    - ¿Y si me niego?
    - Si os negáis…podría haber guerra.
    María Antonieta pensaba un momento y decidió.
    - Lo lamento, señor conde, pero no accederé a eso. Podéis avisar a mi madre que no aceptaré lo que me pide el rey.

    Aquella mañana en el jardín, Oscar a caballo dijo a André.
    - Cuando Dubarry pasé, truenas la rama. Pensará que el vestido se le descosió y saldrá apenada. María Antonieta no tendrá que volver a hablarle.
    André sonrió.
    Y así lo hicieron.
    Dubarry se inclinó a recoger una flor. André tronó con cuidado la rama que sonó hueca y dura. Las damas rieron y Dubarry chilló de coraje, marchándose de allí.
    - ¿Qué crees que haga ahora?
    - No lo sé pero espero que no reviente…
    André rió ante la observación de Oscar.
    María Antonieta sonrió a Oscar y luego a André. Éste inclinó la cabeza con reverencia.
    - Es muy agradable tu valet, Oscar. Me gustaría que lo trajeras más a menudo a las reuniones de Versalles. Engalana muy bien el salón.
    Oscar sonrió.
    - Así lo haré, su Alteza.

    Dubarry llegó a sus aposentos replicando.
    El rey la escuchó.
    - Querida, ¿qué sucede?
    - La pequeña austriaca no me dirige la palabra…y siempre algo sucede.
    - Supongo que no es su intención.- dijo el rey.
    - Claro que lo es…esa chiquilla se ha puesto de acuerdo con su guardia para ponerme en ridículo. Ordénales que hagan algo o pondré a ese guardia contra las cuerdas.
    El rey no quería desencadenar una guerra.
    Llamó a su primer ministro.
    - Ordena a la princesa que le dirija la palabra a Madame Dubarry. De lo contrario…se pactará la guerra…
    El primer ministro salió de allí, dispuesto a obedecer.

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    Aquella misma tarde, Oscar vio pasar a su madre.
    - ¿A dónde vas?

    Madame Jarjayez lloraba.
    - Me ha mandado llamar Madame Dubarry…
    - ¿Para qué?
    - Dijo que…quería que yo fuera su costurera personal.
    - Pero…eso es comprar tu lealtad. Lo hace para obligarme a mí…
    Madame Jarjayez suplicó.
    - No intervengas, Oscar…
    - Tengo que hacerlo, madre. Ahora verás.
    Oscar fue donde el primer ministro.
    - ¿Qué sucede?
    - Madame Jarjayez debe llevar esta botella de vino a Madame Dubarry junto con la tela con que confeccionará su vestido esta noche.
    Oscar replicó.
    - ¿Por qué ella?
    - Es una orden del rey…
    Oscar movió la cabeza negativamente.

    Al poco rato, un grito sonó dentro de las habitaciones.
    - ¡Madame Jarjayez ha tratado de envenenar a Madame Dubarry!
    Oscar llegó enseguida, junto con André.
    - Esto debe ser una confusión, señora- dijo Oscar.
    - Claro que no, Oscar. Tu madre intentó matarme. Mi mucama bebió el vino y murió.
    - Sacrificó a su mucama. Es usted una zorra asquerosa…-gimoteó Oscar.
    André trató de que entrara en razón.
    La madre de Oscar lloraba.
    Entonces, al joven guardia de la princesa se le ocurrió algo.
    - ¿Podrían dejarme a solas con Madame Dubarry?
    - ¿Qué pretendes, Oscar?
    - Llegar a un acuerdo…madame…
    Dubarry accedió.
    Ya a solas dijo Oscar.
    - Usted sabe que no fue mi madre quien llevó el vino envenenado…

    Dubarry replicó.
    - Tú tienes la culpa por insistir en cuida a esa chiquilla tonta de Austria.
    - Es mi obligación. Pero usted…debe estar en un error. Madame…¿recuerda…cuántos años tiene su Majestad?
    Dubarry negó.
    - No…no exactamente. Sesenta, tal vez.
    - Sesenta y cinco…y su salud no es muy buena. Dígame…¿qué hará cuando el rey muera y quede su nieto en su lugar, y María Antonieta sea la reina de Francia?
    La mujer quedó callada.
    - Perderá todos sus derechos y será enviada a prisión…¿eso quiere?
    Dubarry se preocupó.
    - Será mejor que desista de todo y se marche cuanto antes a provincia. No quiero ni imaginar a dónde terminará usted sus días si no lo hace.
    Y ese sólo argumento consiguió que Dubarry se alejara definitivamente del reino francés.
    Y en efecto, los días de Louis XV estaban contados…

    Oscar y André podían sentirse tranquilos después de la partida de Madame Dubarry.
    Pero los nubarrones seguían cerniéndose sobre la casa real.
    El despreocupado nieto de Louis XV seguía con actividades irrelevantes como leer y hacer piezas de herrería y cerrajería.
    La princesa María Antonieta se aburría demasiado en virtud de que el futuro rey de Francia ni siquiera había intentado acercársele.
    El rey estaba molesto con su nieto y lo habría reñido por ello varias veces. Pero el joven príncipe argumentaba que era muy torpe y que le daba miedo acercarse a la princesa austriaca.
    Ella lo buscaba. Seguía las indicaciones de la reina María Teresa, cumpliendo con los encargos que ella le diera, aunque el príncipe le pareciera realmente feo y desagradable.
    Una tarde las hermanas del rey decidieron llevarse a bailar a la princesa María Antonieta, a escondidas de su prometido.
    María Antonieta era de carácter débil y no estaba segura de aceptar. Sin embargo, la convencieron.

    En la mañana, Oscar se encontraba entrenando junto con André.
    Oscar dio una indicación a André.
    - Prepara el mejor caballo de la cuadra, André. La princesa va a salir a montar.
    - Está bien, Oscar.
    La princesa no quería montar. Se sentía insegura. Pero el conde Dugeuot la convenció.
    - Necesita salir a cabalgar, Alteza. Es una actividad propia de la realeza.
    - Está bien.
    María Antonieta salió a los jardines. André le detuvo el caballo. Sin embargo la joven princesa tomó mal la rienda y en lugar de subir, jaló de más al caballo quien salió corriendo con ella colgada.
    Oscar corrió a rescatar a la princesa.
    André estaba totalmente asustado.
    El general Jarjayez lo reprendió duramente.
    - ¿Cómo se te ocurre, André? Si algo le pasa a la princesa, será tu culpa.
    Oscar regresó con María Antonieta, asustada.
    - No pasó nada. Su Alteza está bien, aunque un poco asustada solamente.
    El general Jarjayez dijo:
    - André...voy a darte un castigo ejemplar. Este accidente costará tu cabeza...
    Sin embargo, Oscar se interpuso inmediatamente.
    - Si quieres matar a André, tendrás que matarme a mí también primero...
    El general exigía a Oscar que se apartara, pero éste no se movió ni un ápice.
    André suplicaba.
    - Oscar, no intervengas.
    - André no tuvo la culpa. La culpa fue mía. No revisé el caballo antes de que su Alteza lo montara. Es a mí a quien debes castigar.
    El general negó.
    - No podría...está bien, André. Oscar te salvó la vida.
    André estaba agradecido y luego pensó para sí.
    - Esta acción un día te la devolveré, Oscar. Te lo juro. Un día daré mi vida por ti...

    En la tarde, las hermanas del rey pidieron un carruaje.
    María Antonieta dijo a Oscar.
    - Acompáñanos. Así nadie sabrá quiénes somos...
    - Pero, su Alteza...si nos descubren.
    - Si tú vas, nada ocurrirá.
    Oscar asintió.
    André negó cuando escuchó hablar a su amigo.
    - ¿Qué vamos a dónde?
    - A un baile de máscaras, André. Tengo que acompañar a la princesa.
    - Pero...es peligroso.
    - Lo sé. Ven conmigo, por favor.
    André asintió.
    - Por supuesto, Oscar. Descuida, nada malo sucederá.
    Aquella noche, el carruaje partió con Oscar y André como escoltas.
    Y en aquel lugar, María Antonieta y Oscar conocerían a alguien que cambiaría sustancialmente sus vidas.
     
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    Cap. 14
    En el lugar de la fiesta, había luz y color, con los vestidos de las damas brillando con las lámparas. No había muchas damas nobles, puesto que no se trataba más que de una reunión de sociedad, pero no tanta gente de la que acudía al palacio de Versalles.
    Algunas jóvenes que asistían ni siquiera conocían físicamente a la princesa austriaca que sería la futura reina de Francia.
    - ¿Crees que exista algún problema, Oscar?- preguntaba el joven André.
    - No, André. No hay ningún riesgo. Nadie la reconocerá. Las hermanas del rey son discretas y nadie tiene que enterarse.
    André asintió.
    - Tienes razón…sólo hay que ser sumamente cautelosos. Lo único que me preocupa es la cara que pondrá tu padre cuando lleguemos.
    Oscar movió el guante de la mano derecha sobre la mano izquierda y luego tomó posesión de la empuñadura de filigrana de oro.
    - A mí también me parece que será dura pero…espero que valga la pena el sacrificio que estamos haciendo por la princesa.
    André recomendó.
    - Silencio, Oscar…es hora del baile.
    Oscar miró en todos lados. La princesa comenzó a bailar con un par de desconocidos.
    - Hay que estar atentos a las reacciones de los caballeros…tú puedes aprovechar para despistar, bailando, si quieres.
    André bajó los ojos ligeramente y luego comentó.
    - Lo haré…pero…tú también deberías hacerlo. El hecho de que te vean sin sacar a bailar a nadie podría levantar sospechas.
    - Por supuesto, André…será muy divertido.
    André miró al joven capitán dirigirse hacia la princesa y bailar con ella una pieza para luego devolverse a la misma posición. Más que estudiar las reacciones de María Antonieta, André parecía estar estudiando mejor los de Oscar. Le parecían más entretenidos.
    Oscar se mantuvo en pie un rato mientras André bailaba con un par de jóvenes.
    El capitán Jarjayez tuvo que soportar que dos o tres muchachas se le acercaran y trataran de atraer su atención.
    - Buenas noches, joven…¿es usted capitán?
    - Sí…-dijo Oscar, secamente.
    André le hizo una seña para que se mostrara más atento con ellas.
    - Discúlpeme, madame…es que como casi no vengo a estas reuniones.
    - No se preocupe, oficial. ¿Cómo podemos llamarle?
    - Monsieur Oscar, madame…permítame ponerme a sus órdenes…
    Una de ellas extendió su mano para que la besara.
    - Mi nombre es madeimoselle Charlotte de Morcef…
    - Y el mío es Rosine de Champs…
    - Yo soy madeimoselle LeBlanc.
    - A sus pies, señoritas…-dijo Oscar con afectación.
    André movió la cabeza. Terminó la pieza y se acercó a Oscar.
    - Perdón, señoritas. Mi señor es un poco tímido.
    Una de las jóvenes miró a André con interés.
    - Es usted un caballero y apuesto, joven…
    - André Grandier, madeimoselle…
    Oscar sonrió. Le había quitado un pequeño peso de encima.
    - ¿Bailamos, madeimoselle de Champs?- preguntó Oscar.
    La joven, sumamente emocionada, le siguió al gran salón.
    De pronto, mientras Oscar seguía los torpes movimientos de su compañera de baile, vio llegar al interior a un joven de gallarda figura. Tenía el cabello castaño, la nariz afilada y los ojos claros.
    Su mirada se posó en algunas damas para luego reparar en la fisonomía de María Antonieta.
    Oscar demostró una mezcla entre sorpresa, confusión, molestia y celos.
    André lo notó.
    - Dime, André…¿quién es el hombre que baile con madeimoselle Antoinette?
    - Da igual…sólo no hay que perderlo de vista…pero debe ser algún noble caballero.
    Oscar siguió cada uno de los movimientos de aquel hombre mientras deambulaba con María Antonieta como plumas en el aire.
    El rostro descompuesto del joven capitán era evidente.
    André fue por dos copas para tratar de renovar el ánimo de su amigo.
    - ¿Pasa algo, Oscar?
    - Lo lamento, André…siento preocupación por ella…
    - Lo sé…la situación no es muy confiable…
    Oscar dijo al joven Grandier.
    - Atento a los movimientos de los demás. Voy a seguir a María Antonieta…no tardaré.
    André se dio cuenta que Oscar actuaba extrañamente.
    Algo estaba causándole problema…¿qué era lo que realmente pensaba Oscar al respecto?

    Oscar siguió a aquel joven y a María Antonieta hasta un jardín.
    Ahí escuchó levemente lo que decían:
    - Lamento que tenga que irse tan pronto…
    - No he tenido mucho tiempo para conocer Francia, como yo hubiera querido pero…esta noche me siento tan honrado de conocer a dama tan bella…¿podría decirme su nombre, madame?
    Oscar entornó los ojos.
    María Antonieta a pesar de todo, fue precavida.
    - No, caballero…mi nombre para usted es un secreto…
    El joven sonrió y añadió.
    - Es usted entonces mi dama misteriosa…la esperaré durante unas semanas más y espero poder encontrarla…a sus pies, bella dama…
    El joven se apartó.
    Oscar volvió sin ser visto, pero con el rostro asustado. André le preguntó.
    - Algo te pasó…
    - María Antonieta casi comete una imprudencia…
    - ¿A qué te refieres?
    - Casi le revela su nombre a ese joven…
    André lo miró. Oscar parecía estar algo enfadado.
    - Ya veo…estás celoso.
    Oscar miró a André con ojos profundos y con algo de molestia.
    - Sabes que eso es imposible…
    André asintió.
    - Es verdad…lo sé…entonces…¿qué te sucede?
    - Si le llega a decir su nombre…no quieras conocer las consecuencias…la princesa no debe volver a ver a ese caballero.
    - Habrá que convencerla de que ya no venga a este tipo de fiestas…claro, sin la autorización de su Alteza…
    - Pienso que no le importará que el príncipe no esté de acuerdo…ahora falta algo…
    - ¿Qué cosa, Oscar?
    - Hay que averiguar quién es…
    André comenzó a preocuparse.
    - No entiendo el interés…pudiera ser cualquier persona.
    - No lo creo…lleva galones militares…
    André no pensaba en cuidar ya a María Antonieta. Quizás era mejor cuidar a Oscar para que no cometiera a su vez, alguna imprudencia.
    - No pensarás…
    - Ya me las arreglaré para eso…es tarde, hay que convencer a su Alteza de que es hora de marcharnos…
    El joven Grandier tomó esa palabra como una verdadera orden…
     
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    Capítulo 15

    Oscar se acercó a Antonieta cuando dejó de hablar con el joven.
    - Perdón, su Alteza, pero creo que es conveniente que nos vayamos.
    - ¿Por qué, Oscar? Si todavía es temprano.
    - Recuerde que hemos venido sin la autorización del príncipe y eso puede contarle caro a usted y a la casa Jarjayez.
    Antonieta parecía comprender.
    - Tienes razón, Oscar, será mejor irnos.
    André se aproximó.
    - Está todo listo, Oscar.
    - Su Alteza, cúbrase y salgamos.
    El antifaz ayudó. El joven que había bailado con ella la buscaba afanosamente pero ya no la encontró.
    André subió al pescante y Oscar iba junto con la princesa.
    La mirada de María Antonieta denotaba nostalgia. No habló casi palabra con Oscar. Pero el capitán podía adivinar lo que estaba pensando.
    Al poco rato, Antonieta habló.
    - Oscar…¿conoces al conde von Fersen?
    - ¿Von Fersen?
    - Sí…es el hombre con el que he bailado esta noche…
    Oscar se preocupó. Eso era peligrosísimo.
    - No, Alteza, no lo conozco.
    - Cómo me gustaría volver a verle…
    - Quizás pronto, Alteza.
    Llegaron a Versalles. Todo estaba en calma. André despistó a los guardias, mientras Oscar hacía entrar a Antonieta al palacio.
    - Es la primera y última vez que sale en secreto, Alteza. Recuerde su deber.
    - Suenas muy ceremonioso, Oscar. No me digas que no te divertiste.
    - Pero también me angustié por usted, Alteza.
    - Será mejor que no lo lamentes. Tranquilo, Oscar, no te sugestiones. No volverá a ocurrir.
    - Se lo agradezco, Alteza.


    Oscar volvió a la casa con André.
    Al llegar, el regaño fue inminente. Como sabemos, André fue quien se encargó de defender a capa y espada a su casi hermano y se interpuso para que el general Jarjayez no castigara a su hijo menor.
    Después del momento de tensión, André charlaba en el estudio con Oscar.
    - ¿Ya comprendiste entonces, André?
    - Sí, sería sumamente peligroso que María Antonieta continuara con la amistad del conde von Fersen…
    - Tengo que verlo…tengo entendido que es el hijo de un general del ejército sueco, que vino a apoyar al ejército francés.
    - Quizás…¿te afecta mucho eso?- preguntó André.
    Oscar negó.
    - No, André, no hay afectación. Lo que sí es que me preocupa que María Antonieta vuelva a verlo. Sería desastroso el efecto.
    - Lo sé. Hay que evitar que ese muchacho se entreviste con María Antonieta.
    - Eso sí que va a estar difícil, André. Mucho me temo que María Antonieta está enamorada de ese hombre.
    André entreabrió los labios.
    - ¿Crees eso?
    - Totalmente…hay motivos suficientes para asegurarlo.
    - Intuición…
    - Ni lo menciones, André- sonrió Oscar.- Es tarde…creo que es hora de ir a dormir. Mañana hay demostración de nuevo…
    Al poco rato André dijo:
    - Oscar…no he podido agradecerte el gesto que tuviste para conmigo…
    - No fue nada, André. No podía permitir que algo te pasara…tu abuela se moriría de la angustia de perder a su único nieto.
    - Así que sólo por eso lo hiciste- rió André.
    - Sí…realmente fue por eso.
    Entonces combatieron ligeramente en una guerra de almohadones. André alcanzó a tumbar en la alfombra a Oscar. La guerra se detuvo ligeramente cuando el cuerpo de Oscar quedó justo debajo del de André. Éste miró los ojos del joven capitán Jarjayez y conteniendo un suspiro que parecía provenir de sabría Dios dónde respondió.
    - Es tarde…hasta mañana, Oscar.
    El capitán Jarjayez poco o nada podía sospechar de aquella extraña mirada.

    Al día siguiente, el general Jarjayez llamó a Oscar, antes de que se alistara para ir a Versalles.
    - Oscar…necesito que vayas al estudio ahora mismo. Ha venido alguien a quien quiero que conozcas.
    - Voy, padre.
    André estaba en la caballeriza. Su rostro denotaba algo de tristeza o nostalgia.
    Oscar le tocó ligeramente la espalda.
    - Oscar…-dijo André un tanto sorprendido y estremecido.
    Oscar rió.
    - Pareces conejo asustado, ¿pasa algo?
    - No, nada…¿irás a Versalles hoy?
    - Sí, recuerda que hay demostración.
    - Es verdad…creo que lo olvidé. Por cierto…el general me encargó este caballo para ti.
    - No lo olvidaste, mentiroso.
    André sonrió levemente.
    - Ahora vuelvo, voy a saludar a alguien que ha venido.
    - Sí…el conde Hans Axel von Fersen…-dijo André un tanto molesto.
    - ¿Cómo lo sabes?
    - Escuché cuando se presentaba con tu padre…
    - Ya veo…espiando detrás de las puertas.
    André casi lo golpea pero se detuvo.
    - No, puede venir tu padre y me golpearía a mí también- guiñó el ojo.- Estaba presente cuando el conde llegó. Me presentó como “el valet del capitán Oscar Jarjayez”.
    Oscar guiñó el ojo.
    - Bien, entonces, ya sabe que lo que no trate conmigo lo hará contigo. Ahora vuelvo…
    André rió levemente. Pero luego meditó.
    - Yo no trataré con él nunca…-

    Oscar entró en el estudio. El general presentó a su vástago.
    - Oscar…tengo el honor de presentarte al joven conde Hans Axel von Fersen, venido de Suecia; su padre se ha empeñado en que ejerza sus conocimientos sobre armas aquí en Francia. Será uno de los miembros distinguidos de la corte y estará junto contigo en el regimiento.
    - Un honor conocerlo…-dijo Oscar.
    Fersen se inclinó también, aunque le parecía que ya había visto antes a aquel joven capitán en otro sitio.
    - Me alegra conocerle, capitán Jarjayez- dijo el conde, de dulce voz y porte agradable.- Mi padre me ha hablado también de la casa Jarjayez, que no he podido sentir menos que sumo interés y curiosidad en tratarle.
    Oscar lo miró. Tenía unos ojos claros penetrantes, cabellera dorada y tez afilada. Para cualquier mujer, era un sueño de hombre. Y quizás por eso María Antonieta se había fijado en él.
    Para el conde Fersen no pasó desapercibido el aspecto del joven capitán Oscar François Jarjayez. Era agradable su voz, su figura, su cabellera. Un apuesto caballero, sin duda.
    - Les dejo un momento- señaló el general- para que charlen un poco antes de irnos a Versalles.
    El conde comentó.
    - Realmente me anima mucho estar a sus órdenes, capitán. He estudiado armas en Suecia y en Italia. Pero me han hablado maravillas del ejército y también de su propio regimiento.
    - Quizás son inútiles los elogios que se hacen. Será mejor que vea los progresos por usted mismo.
    En breve ya habían marchado hacia Versalles.
    Oscar estaba preocupado pero también interesado en conocer mejor a semejante joven.
    Cuando escuchó que el conde iba a entrar a audiencia con los príncipes, se aterró.
    - Voy a permanecer al lado de su Alteza- dijo a su padre.
    El conde llegó bien pronto.
    Al ver a la joven que se encontraba junto a Luis Capeto, el nieto del rey Luis XV, no comprendió pero guardó silencio.
    Cuando la audiencia terminó, Oscar se le acercó.
    - Conde Fersen…¿podemos hablar a solas?
    Fersen asintió.

    André estaba sumamente enojado pero algo preocupado. Preparó el servicio de té lo mejor que pudo y se apresuró.
    Cuando llegó, tocó la puerta. No le abrieron enseguida así que esperó.
    Pudo escuchar a Oscar decir a Fersen:
    - Lamento que haya conocido de nuevo a María Antonieta en estas circunstancias.
    Fersen guardó silencio.
    - ¿Cómo iba yo a saber que se trataba de la futura reina de Francia?
    - Lo sé y no lo culpo. Sólo le pido prudencia en el actuar, por el bien de ella y de todos.
    - Comprendo. No se preocupe, capitán Jarjayez. Seré totalmente prudente.
    Oscar trató de tranquilizar al joven.
    - Bien…entonces, ¿podría acompañarme al almuerzo de recepción? Le esperan los príncipes y los miembros del ejército.
    El conde asintió tranquilamente, aunque por dentro estaba algo desconcertado y afligido.

    André se encontraba en el mismo salón que todos, cerca de Oscar.
    El joven Grandier atendía a Oscar en lo que se necesitaba. En un breve instante, André le hizo pasar un recado de su parte.
    Oscar se disculpó levemente mientras revisaba sus armas.
    “¿Todo bien?- decía el recado.
    Oscar garrapateó un par de líneas y lo dobló y colocó en la charola del servicio. André sonrió levemente a su “amo”.
    El rostro de Oscar, sin embargo, estaba un poco iluminado por la presencia del conde sueco. Y también estaba un poco afligido.
    Para André no pasó desapercibido aquel gesto. Oscar estaba raro después de la visita de aquel conde venido de Suecia, que tan buena impresión había causado en María Antonieta de Francia.
     
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    Cap. 16

    André pasó semanas intrigado por el comportamiento de Oscar. Realmente su gran amigo y “hermano” estaba cambiado un poco.

    Un día, tras volver de Versalles, Oscar subió las escaleras rápidamente.

    Trató de ir tras él pero su abuela no se lo permitió.
    - Te he pedido hasta el cansancio que cuando Oscar llegue a la casa corriendo sin hablar no trates de subir corriendo en su búsqueda.
    - Es que quiero saber qué le sucede.
    - Lo sé- dijo la abuela.- Pero no en esta ocasión.
    André insistió.
    - Abuela, ¿qué le sucede a Oscar?
    - No te puedo decir- señaló la anciana- no es correcto.
    - Aunque no lo sea, yo sólo quiero saber qué le pasa.
    La abuela movió la cabeza.
    - Muchacho curioso y atolondrado. Hazme el favor de traer unos paños húmedos con agua tibia y dejarlos en la mesita de la entrada a la habitación. Ah, y también paños secos de algodón.
    - ¿Para qué necesitas eso? ¿Acaso Oscar se hirió?
    - Haz lo que te ordené y no hagas preguntas.
    André bajó un poco desconcertado.
    Luego, trató de analizar el comportamiento reciente de su amigo. Desde que Fersen había llegado, trataba de estar siempre cerca de María Antonieta. En ocasiones, gustaba de pasear con Fersen por los jardines de Versalles o le enseñaba o aprendía un nuevo movimiento con la espada.
    - Tiene tanto que no jugamos juntos- se lamentaba el muchacho de quince años.
    Al poco tiempo, bajó Oscar con más calma.
    - ¿Ocurre algo, Oscar?
    El hijo del general Jarjayez negó tan sólo moviendo la cabeza.
    - Nada, André. Aunque…después de todo, me alegra que hayas sido tú el que se preocupara por mí. Nadie, excepto tú y la abuela lo hacen.
    - Tu madre también está preocupada.
    - Mi padre la ha convencido de que soy fuerte.
    - Entonces…ocurrió algo.
    Oscar lo miró y le dio un leve golpecito en la frente.
    - ¿Por qué eres tan curioso, André?
    - ¿Volverás a Versalles?
    - No- dijo Oscar- tengo permiso de su Alteza para no practicar esta tarde.
    - Entonces, podremos hacer algo juntos.
    Oscar negó.
    - No se puede hoy, André. No me siento bien. Vendrá Fersen a una partida de ajedrez. Disponte para que juguemos, ¿quieres?
    André negó.
    - No hoy, Oscar…no me siento bien.
    Oscar lo vio marchar hacia la caballeriza.

    El joven de quince años y ojos azules y cabello negro se dispuso a alistar a los caballos para el día siguiente.
    La abuela lo fue a buscar con un gran pedazo de pay.
    - Abuela…¿qué haces aquí?
    - ¿Qué hace mi hermoso niño?
    - Abuela…tenía tanto que no me hablabas así.
    - Es que…tiene tanto que tú y yo no hablamos…
    André respiró.
    - No puedo…en ocasiones, siento un nudo en la garganta.
    - Es por Oscar y por…
    - Sí…pero no quiero mortificar a nadie.
    - Es cuestión de tiempo. Verás qué pronto todo se disipará.
    - ¿Qué le sucedió a Oscar?
    - ¿No fue obvio?
    André la miró un momento.
    - Ahora comprendo…soy un tonto.
    - Tú siempre, André- dijo la abuela.
    - ¿Cómo no pensé que se trataba de eso?
    - Haces lo mismo que todos: das por hecho algo que no sucede…Oscar sigue siendo…
    - Calla…espera…viene el conde Fersen.
    Al poco rato salía para recibir a tan digno y noble visitante.
    El conde Fersen se acercó y saludó a todos. André trató de no ser grosero. Sabía que Fersen era un buen amigo de Oscar y eso comenzaba a molestarle un poco.
    Oscar salió a recibirlo.
    - Ven, Hans- dijo con familiaridad.
    “¿De cuándo a acá le llama Hans?”- se preguntó André.

    Pasaron al estudio. André se quedaba afuera.
    Oscar lo llamó.
    - ¿No juegas, André? Tú eres muy bueno en este juego.
    - Lo lamento, Oscar. Hoy no. Tengo cosas que hacer. Hay una lección que no he podido dominar y quiero aprenderla ya.
    - Entiendo- dijo Oscar.
    Mientras tanto fue al pueblo y tras beber un poco se adentró para buscar diversión.
    Cuando regresó, su abuela lo reprendió.
    - ¿Te das cuenta de la hora? Oscar te estuvo llamando durante un rato.
    - No creo que me haya necesitado mucho, estaba con el conde Fersen…
    La abuela movió la cabeza.
    - Muchacho necio, ¿todavía no entiendes nada?
    - Entiendo mejor de lo que crees, abuela. Pero en fin, ya estoy aquí…será mejor que vaya a ver qué quiere Oscar, ¿no?
    La señora Grandier lo vio marchar.

    Oscar estaba en el estudio.
    André se acercó.
    - ¿Me llamabas?
    - ¿Dónde estabas?
    - Me fui tan sólo un rato. Quería comprar un par de libros…
    Oscar se le acercó.
    - André…tengo ganas de llorar…
    André no supo cómo reaccionar. Para un solo día, eran situaciones extrañas las que tenía que identificar en Oscar.
    - No te preocupes…en ocasiones nos pasa.
    Oscar abrazó a André, como a un hermano y éste dejó que el joven capitán lloraba a lágrima abierta.
    André también derramó algunas lágrimas. No había recordado haber llorado antes desde la muerte de sus padres. Ahora, compartir el llanto de Oscar era doloroso y a la vez, reconfortante.
    Recuperó la cordura para servir de consuelo a su amigo. Éste se incorporó y tras secar el llanto le pidió.
    - Que nadie en casa sepa esto…especialmente mi padre…
    André movió la cabeza.
    - No te preocupes, Oscar. Sabes que por mí nadie lo sabrá. Además, no es vergonzoso. Pero si quieres, a nadie se lo diré.
    - Gracias, André- dijo Oscar.
    Se sentaron a estudiar. André le mostró un par de libros.
    - Este lo escribió un tal Maximilien de Robespierre…este es de Jean Jacob Rousseau…
    - Todos están excelentes- dijo el nuevo lector de aquellos libros liberales.
    - Si tu padre lo supiera…
    - Secreto por secreto- dijo Oscar, guiñando el ojo.
    - Por supuesto- sonrió André.
    Todo el tiempo que Oscar había pasado fuera con Fersen André lo olvidó por completo. Un segundo al lado de Oscar era mucho más que dos horas pasadas lejos.
    Oscar también había sentido consuelo con André. ¿Por qué razón había llorado? Quizás había sentido la necesidad de desahogar algún sentimiento negativo o muy íntimo y no quisiera que nadie más lo supiera.
    André no se atrevía a preguntar.
    - ¿Qué hay con Fersen?-
    Oscar levantó la vista y refirió.
    - Nada en especial…por ahora está en entrenamiento y parece que todo está bien…pero cuando tiene audiencia con María Antonieta, se pone triste. Sólo espero que el príncipe Luis no se dé cuenta.
    - No lo hará- dijo André- siempre está muy ocupado con lo de sus candados.
    Oscar asintió.
    - Pobre María Antonieta…la compadezco.
    - Es normal- dijo él
    El joven capitán miró detenidamente a André. Luego dijo en tono de broma.
    - Creo que tienes…un ojo rojo…
    - ¿Yo?- preguntó André.
    Oscar se lanzó directamente sobre André y le picó los ojos, como cuando eran niños.

    Al día siguiente, muy temprano, Oscar salió con André para Versalles.
    - Ya deseo unas vacaciones- dijo Oscar con nostalgia.
    - Quisiera tener tiempo aunque sea para respirar aire puro- dijo André.- Con eso de que el rey Luis XV está enfermo.
    - Sí- refirió Oscar- lleva semanas así.
    No lejos de la casa Jarjayez, una jovencita cruzaba la calle.
    La pobre había sufrido por ver a su pobre madre enferma.
    Cuando se acercó, vio el lujoso carruaje en que iba Oscar y se acercó diciendo:
    - Monsieur…por compasión…
    - ¿Qué te ocurre, niña?- preguntó Oscar.
    - Sé que quizás no debería pero…aunque sea por piedad…mi madre está enferma y necesito darle de comer…tómeme y haga de mí lo que quiera…a cambio de que me pague para la comida de mi madre.
    Oscar sintió una opresión en el pecho. ¿Una jovencita como esa, vendiéndose por unas monedas para comprar la comida de su madre?
    Luego rió sin poder contenerse.
    - ¿Por qué se ríe?- preguntó la niña.
    André también se desconcertó.
    - Perdón…es que…no puedo hacer lo que me pides, niña, aunque te regalaras…
    La chica, que no era otra que Rosalie Lamorlierié, aquella que fuera hermana de la joven de cabello negro que miraba atentamente a los soldados el día de la llegada de María Antonieta, miró detenidamente a Oscar y no comprendía del todo.
    André le dijo algo al oído. Rosalie comprendió.
    - Entiendo…perdóneme.
    - No te preocupes. Muchacha, dime…¿está muy grave tu madre?
    - Mucho…es el hambre…
    Oscar sintió profundo dolor y dijo a André.
    - Dale varios francos a la niña…que tu madre se mejore…
    La chica agradeció. Había podido recibir una pequeña ayuda.
    Pero no lejos de ahí, otro carruaje pasaba. Era el del conde de Guémene.
    Un pequeño niño pidió algo de dinero al conde y éste se negó.
    Rosalie le dio dinero del que a ella le habían regalado y el pequeño, saltando, se marchaba hacia su hogar.
    Pero el conde, con un instinto poco noble, disparó por la espalda y mató al pequeño.

    Oscar lo vio. Quería bajarse a pedirle cuentas. Pero André lo detuvo.
    - No lo hagas, Oscar. Será peor.
    Oscar decidió que un día vengaría la muerte de aquel pequeño.

    Ya en prácticas, Oscar arreaba un caballo cuando en determinado momento su caballo viró y Oscar cayó al suelo. Por un instante se desmayó.
    André corrió a asistir a su amo.
    Fersen le ordenó.
    - Hay que llevarlo dentro. El médico lo atenderá.
    André aguardaba.
    Llevaron a Oscar a una amplia habitación. Fersen no se movía.
    - Doctor, examínelo.
    André le ordenó.
    - Señor conde…venga conmigo…hay que dejar al doctor hacer su trabajo.
    - Yo quiero quedarme a la inspección- dijo el conde con firmeza. – Es mi responsabilidad.
    El doctor pidió.
    - Deben salir.
    Fersen no comprendía. André le dijo.
    - Afuera le explico.
    Estando afuera, André le contó al conde Fersen el secreto de Oscar.
    - ¡Cómo no me di cuenta!- dijo Fersen- pero si es obvio. Lo lamento, muchacho. Debo tener mucho más cuidado.
    - Gracias, señor conde.
    Cuando terminó la revisión, Oscar se levantó.
    - Hay que volver, Hans.
    - No, Oscar…es mejor que vayas a casa.
    André le hizo una señal.
    - Ya lo sabe…
    Oscar respiró hondamente. El secreto estaba en buenas manos…
     
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    Cap. 17

    Oscar se sintió mejor. Despertó recordando que Fersen había entrado a su habitación con André. Respiró hondamente y pensó en llamar a su amigo.

    Se incorporó y sintió un pequeño mareo.
    André entró.
    - ¿Se puede?
    Oscar asintió.
    - Claro, adelante, André.
    El joven de quince años se acercó levemente y dijo:
    - Te ves bien…¿te sientes mejor?
    - Sí…creo que me dormí un rato, ¿cierto?
    - Así es…
    - Dime…¿Fersen todavía está aquí, André?
    La pregunta causó un poco de molestia.
    - No…se fue en cuanto supo que no había sido nada grave. Pero dijo que volvería mañana.
    - Mañana lo veré en Versalles, supongo.
    André negó con la cabeza.
    - No, Oscar…el doctor dijo que deberías aguardar solamente un día. Que la lesión no desembocó en una fractura pero que deberías descansar.
    - Qué lástima- comentó Oscar- no me gusta pasar mucho tiempo en casa. ¿Qué dijo mi padre?
    - Todavía no lo sabe- refirió André- madame Jarjayez se lo dirá cuando llegue.
    Oscar reveló en su rostro la preocupación sobre lo sucedido. Siempre que pasaba algo así, su padre se molestaba.

    Fersen se marchó a Versalles.
    Pasó un rato en su habitación, hasta que fue la misma princesa quien lo llamó.
    Fersen se inclinó ante ella y la saludó cordialmente.
    - Buen día…su Alteza.
    La mirada de María Antonieta era realmente conmovedora. Fersen decidió no mirarla para no encender la pasión en su corazón al contemplarla.
    - Señor conde…¿dónde estaba usted?
    - Tuve que ir a dejar a Oscar Jarjayez a su casa…no se sentía bien.
    - ¿Qué le ocurrió?
    - Un pequeño traspié con el caballo…pero no fue nada de cuidado. Sólo que el médico consideró que debía descansar un día.
    - Está bien. Diga a Monsieur Oscar que puede descansar sin preocupación. No habría ningún inconveniente con que no venga mañana a la corte.
    - Le agradezco, su Alteza.
    Fersen levantó ligeramente la mirada. La belleza de María Antonieta era evidente e intensa.
    Volvió a descender la vista. Ella resguardaba en los ojos un par de lágrimas.
    - Monsieur Fersen, ¿por qué se preocupa tanto por Monsieur Oscar?- preguntó, como tratando de averiguar si conocía el secreto de Oscar.
    Hans von Fersen dijo.
    - Me preocupa porque es mi amigo y lo aprecio mucho.
    - Usted…sabe realmente quién es Oscar…-indagó veladamente María Antonieta.
    Fersen asintió.
    - Sí…lo sé, quizás por eso le admiró más y me siento más orgulloso de contar con su amistad.
    María Antonieta respiró. Eso parecía causarle gran tranquilidad.

    Quien no poseía la misma tranquilidad era André. Seguía sumamente preocupado por la actitud de Oscar, tratando de entrever lo que éste pensaba respecto a Fersen.
    Se había preocupado por saber si Fersen se había marchado. Quizás Oscar había encontrado una amistad más ad hoc con su status social.
    Eso tenía a mal traer al joven Grandier, puesto que sentía gran predilección por el joven capitán y le era difícil sino es que hasta molesto tener que compartir la amistad de Oscar con alguien más.
    Su abuela le advirtió.
    - Tendrás que aprender a vivir con eso, André. Si es que quieres permanecer todo el tiempo al lado de Oscar, digo- comentó la anciana.
    André asintió.
    - Lo haré aunque tenga que ver cómo Fersen pasa más tiempo con Oscar.
    Al poco rato llegó el padre de Oscar.
    - ¿Oscar no fue hoy a la corte?- preguntó.
    - No, Monsieur Jarjayez.
    El padre de Oscar se molestó.
    - ¿Cómo es posible que no lo haya hecho?
    - El doctor dijo que necesitaba descansar.
    - No lo creo…Oscar es fuerte…
    - Sí, pero es…-siguió la mujer, siendo interrumpida por el padre de Oscar.
    - Nada, madame Grandier, Oscar es el mejor capitán de la guardia real, guardia particular de la princesa María Antonieta y no puede descuidar eso.
    La abuela asintió.
    - Le hablaré, mi señor- dijo ella.
    El general Jarjayez asintió.
    - Háblable. Debes convencerle de que ya está bien para que se presente cuanto antes en Versalles.
    - ¿Sucede algo malo, señor?
    El general respondió.
    - El rey está muy mal de salud…
    - Comprendo- dijo ella.- Avisaré a mi nieto.
    La abuela fue de nuevo donde André.
    - Hijo…
    André cepillaba un caballo.
    - ¿Qué sucede, abuela?
    - El rey Luis…está muy mal…
    - Lo intuí. Voy a avisar a Oscar.
    - Su padre insiste en que se presente mañana mismo.
    - ¿Está molesto?
    - Un poco…no quiso entender mis razones.
    André movió la cabeza negativamente.
    - Nunca las entiende…no comprendo cómo es que Oscar ha podido soportar todo esto tanto tiempo.
    - Lo seguirá haciendo, André. Es fuerte.
    - Pero no por siempre…yo me encargaré de hacérselo más leve. Pero no sabes cómo duele…
    - Tranquilo, ve con Oscar cuanto antes, anda…
    El capitán estaba leyendo en el estudio.
    - Te busqué en tu habitación pero no escuché ruidos.
    - Estaba aquí. ¿Pasa algo?
    - Tu padre…¿no te ha dicho nada?
    - Está molesto porque no fui a Versalles…-dijo con seriedad.
    - Lo sé pero…es que dice que es necesario porque el rey Luis está muy delicado.
    Oscar se preocupó un poco.
    - Supongo que debe estar sufriendo…sólo que es algo que él mismo se buscó. Nadie lo mandó a estar con una mujer como Madame Dubarry.
    - Lo sé pero…creo que los más afectados son María Antonieta y el príncipe Luis.
    - De acuerdo…eso es lo que más me preocupa. Lady Antonieta no está lista para ser la nueva reina de Francia, aunque lo será indudablemente.
    - Dime, Oscar…¿crees que ella esté interesada en Fersen?
    Oscar asintió.
    - No sólo lo creo…tengo la total seguridad…es por eso que hay que ser precavidos. Voy a tratar de convencerla para que no se reúna continuamente con él…eso puede ser perjudicial.
    - ¿Y te hará caso?
    - Eso espero…-dijo Oscar.
    André pensó en lo mucho que Oscar frecuentaba a Fersen. ¿Trataría de separar a María Antonieta de Fersen? ¿Por qué razón?
    Él mismo recordó lo que había pasado ahora que se había divertido un poco en el pueblo. No había podido olvidar a aquella mujer que lo había enamorado locamente. No cambiaría de sentimientos. Y Oscar parecía reaccionar de manera similar, aunque en otra persona.

    Al día siguiente, arribaron juntos a Versalles.
    André observó a Oscar pendiente de encontrar cuando antes a Fersen.
    - ¿El oficial Fersen está por aquí?- preguntó Oscar.
    Uno de los soldados de la guardia le respondió.
    - Sí…está en el gran salón con los príncipes herederos.
    Oscar se arregló el traje y se acercó a la recepción.
    André permaneció en la puerta por la parte exterior.
    Aguardó afuera mientras la recepción de desarrollaba.
    Unos minutos después, salieron. Oscar iba con María Antonieta.
    Oscar hizo una señal a André.
    - Ven, por favor, André. Madeimoselle Antonieta lo permite.
    André se sentía contento pero no entendía por qué.
    Estando junto a María Antonieta, Oscar pudo notar las reacciones de Fersen frente a ella.
    No había audiencia en la que Fersen no estuviera presente.
    André estaba desconcertado.
    Un baile de gala se iba a celebrar un par de días después.

    André esperó a Oscar tras la audiencia. Oscar lo alcanzó a la salida del palacio.
    - ¿En dónde te quedaste, André?
    - No muy lejos- dijo André.- No tan cerca como para notarme…
    Oscar miró a André a los ojos.
    - Tú tienes algo que no quieres decirme.
    La mirada de André estuvo cargada de algo muy extraño que Oscar no quiso averiguar.

    Rosalie, mientras tanto, trataba de ayudar a su madre con las medicinas y la parca comida que recibía.
    En tanto, Jeanne decidió marcharse de la casa.
    Rosalie le suplicaba que no se fuera.
    - Jeanne…te lo ruego…no te vayas. Mamá está muy enferma.
    - Yo no pienso quedarme un momento más aquí, Rosalie. Mamá no sanará tan sólo porque yo me quede…quizás, yendo a buscar a algún amigo de la familia, pueda conseguir ayuda para que salgamos de esta pobreza.
    Pero Rosalie rogaba con mayor insistencia.
    - Por favor…te lo ruego, Jeanne…no dejes a mamá con el pendiente de no saber en dónde estás…
    Pero Jeanne negó.
    - No voy a quedarme en esta vil miseria, Rosalie. Tú tienes alma de pordiosera pero yo no.
    Jeanne marchó.
    Rosalie trató de alcanzarla. Incluso trató de detenerla. Pero en su paso, tropezó con un muchacho.
    - Perdón, madeimoselle- dijo él apenado.
    Ella lo miró apenada. Su pinta humilde no pudo opacar su belleza, misma que aquel joven también pudo percibir.
     
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    Cap. 18
    El joven que había tropezado con aquella joven tan pobre sonrió veladamente, haciendo que aquella carita sucia y un poco afilada por el hambre también lo hiciera.
    - Discúlpeme, señorita- insistió el joven- no la vi venir. Estaba algo preocupado.
    - No se excuse, Monsieur- dijo ella, también apenada. No pudo dejar de notar que el joven era atractivo y la miraba de forma especial.
    - ¿Puedo ayudarla en algo?
    Rosalie bajó la cabeza y negó.
    - No, Monsieur…nadie puede ayudarme ahora…
    - No diga eso. En ocasiones tan sólo hablar con alguien nos puede servir de algo. Cuénteme…pero, ¡qué descortés! Ande, venga conmigo y tome algo de café y unos panecillos.
    - No, no podría- dijo Rosalie- con estas fachas y con mi madre enferma…
    - En ese caso, vamos donde su madre- dijo el joven.
    - Es usted muy bueno- susurró apenas Rosalie.
    El muchacho se inclinó ligeramente y se presentó:
    - Mi nombre es Bernard Chatelet, a sus órdenes. Vamos…
    Llegaron al poco rato a donde la madre de la muchacha yacía en cama, debido a la mala alimentación.
    - Bon noir, madame- dijo Bernard, tratando de no llorar al ver así a la madre de la joven.
    La señora Lamorlierie, la madre de Rosalie, apenas pudo responder.
    - Buenas noches, caballero. Rosalie, hija, ¿quién es este señor?
    - Mi nombre es Bernard Chatelet, señora. Encontré a su hija por casualidad, al parecer iba algo preocupada. Supe por ella que se encontraba delicada. La culpa de esto se debe a la vida que nos ha dado el rey…sé que está muy enfermo, espero que ahora que fallezca las cosas mejoren.
    - No se alegrará usted de la muerte del rey- dijo la señora.
    - No exactamente, pero si con su muerte las cosas van a mejorar para todos en Francia, bien valdría la pena que muriera- comentó secamente.
    Rosalie estaba asombrada de la forma de hablar del muchacho.
    - He venido para ayudarle. No tengo mucho dinero pero en algo podré colaborar para remediar la pobreza de alguien en París.
    - No tiene por qué molestarse, Monsieur- suplicaba la señora.
    Pero el joven replicaba.
    - Permítame hacer algo por ustedes, señora. Yo no tengo madre…si la ayudo, es casi como si estuviera ayudando a mi propia familia. No rechace mi pobre apoyo, se lo ruego.
    - Está bien, muchas gracias.
    - Gracias, Monsieur Chatelet.
    Bernard miró con interés a aquella pequeña que se veía más que triste.
    ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

    Ya en Versalles, Oscar aguardaba a una entrevista con María Antonieta, pero al parecer ella, entre otras cosas, prefería tomar decisiones aconsejada especialmente por Fersen. Incluso el nieto del rey prefería seguir haciendo candados que poner atención a la futura esposa. El rey le había dicho ya en una ocasión que pusiera atención a los deseos de ella. Pero el joven príncipe alegaba que era demasiado tímido para acercársele.
    Mientras tanto, Oscar seguía esperando que María Antonieta saliera de su reunión.
    André estaba afuera contemplando un rosal.
    - No le des tantas vueltas, André. Seguramente tardará otro rato.
    - ¿Cansancio?- preguntó André Grandier.
    - No…quizás, preocupación- añadió.
    André le insistió.
    - Sé que te preocupa el interés tan solícito que tiene María Antonieta por Fersen…supongo que ves en ello un gran peligro para la corona francesa…
    - Exacto. Ya hubo uno muy grande cuando María Antonieta se negaba a cruzar palabra con Madame Dubarry y ahora hay que esperar la decisión de la princesa respecto al conde sueco.
    - Es un buen soldado, inteligente y fuerte…-comentó André.
    Oscar se quedó en silencio tratando de procesar por qué André se había atrevido a ponderar con algo de ironía las cualidades de Fersen.
    - Ya me di cuenta que no te agrada ni un poco, ¿cierto?
    - No es eso, Oscar. Tal vez no es muy de mi agrado pero no me molesta. Además…¿quién soy yo para que su presencia me agrade o me disguste?
    Oscar sonrió y se acercó, tocando su hombro.
    - Mi amigo, André…sólo eso…
    André sonrió a su vez y dijo:
    - En lo que vuelve María Antonieta, podemos dar una pequeña cabalgata por los jardines.
    - Buena idea. Así nos enteraremos de la salud del rey por boca de los guardias particulares de Su Majestad.
    - ¿Y tu padre?
    - Fue a Reims. Lo enviaron en una comitiva importante. Al parecer, los Estados Generales están en un conflicto. Habrá un desfile donde estarán presentes los representantes de la Cámara de los Comunes. Están algo intranquilos por las finanzas.
    - Me lo imagino. Bueno…vamos a cabalgar.
    Dieron una vuelta mientras recordaban tiempos pasados.
    - Recuerdo apenas cuando me tiraste aquella vez del caballo, Oscar.
    - Sí- dijo éste- recuerdo que le corté el cincho y te pegaste en la cabeza.
    - Y la abuela me regañó, después de todo, porque dijo que yo no había tenido cuidado.
    - No te preocupes, que después de eso comimos pastel de manzana- guiñó el ojo Oscar.
    Entre risas, corrieron un rato hasta que el padre de Oscar los descubrió.
    - ¿Puedo saber qué hacen aquí, como si nada, retozando en el jardín?
    - No, Monsieur Jarjayez- dijo André- sólo hacíamos tiempo. Su Alteza está aún ocupada.
    El padre de Oscar aclaró.
    - He vuelto de Reims…las cosas están complicadas allá. Me gustaría que fueras pero Su Majestad está delicado. Hay que aguardar a saber qué le sucederá.
    - Sí, padre- dijo Oscar, guiñando el ojo a André.
    Cuando llegaron, Fersen saludó a Oscar.
    - Me alegra verlos.
    - ¿Y tu audiencia, finalizó?- preguntó Oscar.
    - Sí, en efecto. La princesa aceptó la compra de material para fabricar algunos buques. Y me ha pedido que supervise la construcción.
    - Me alegro. En vista de eso, tendré que relevarte por un tiempo.
    - No necesariamente. Puedo cumplir con la rutina y la formación y dedicar un tiempo a la construcción de armas y barcos.
    Oscar parecía mirar con mucha atención lo que Fersen decía. André notaba cómo Oscar parecía perder el piso ante las palabras evocadores y llenas de sofisticación del conde sueco que se encontraba cada segundo más cerca de María Antonieta y más lejos de la cordura.
    Entonces, André pudo por fin definir el sentimiento que se apoderaba de su persona.
     
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    Cap. 19 La muerte de un rey

    Oscar notó la molestia en el rostro de André.
    - Entonces, te espero mañana en el entrenamiento- dijo Oscar.
    El conde hizo una ligera reverencia y se marchó.
    André estaba de pie, con los brazos cruzados. Oscar se le acercó.
    - Si hubieras visto la cara que pusiste ahora que estaba Hans aquí.
    - Pues no tengo otra, Oscar- reveló el joven Grandier.
    Oscar seguía el paso de André.
    - Oye, ¿por qué tienes que ponerte en ese plan, André?
    - ¿Y en qué plan quieres que me ponga, Oscar? Simplemente no soporto la idea de que Fersen esté aquí…siempre hay que estar pendiente de lo que hace porque hay que evitar que María Antonieta se mete en problemas.
    Oscar se llevó la mano al mentón.
    - Ya veo…entonces…estás celoso de la princesa María Antonieta.
    André entreabrió los labios. Se sorprendió de la respuesta de Oscar.
    - ¿Eso crees? Bien, entonces…quizás has dado al clavo.
    - André…nunca lo imaginé.
    - Deja ya eso de lado, total…soy demasiado joven para ella y además…además estamos hablando de una tontería. Será mejor que preguntemos de una vez por la salud del rey.
    En cuanto indagaron, volvieron al interior, permaneciendo afuera del recinto de la princesa.
    Al poco rato, María Antonieta llamó a Oscar. Éste insistió en que André entrara.
    La princesa dijo:
    - ¿Se ha ido ya el conde Fersen?
    - Sí, su Alteza. Volverá mañana temprano.
    La princesa María Antonieta lanzó un suspiro al aire. El conde Dugeot carraspeó ligeramente.
    Oscar desvió el asunto.
    - Nos hemos enterado del estado de salud del rey.
    - Lo lamento tanto- dijo la princesa.- Mañana deberemos ir a Notre Dame a orar por su salud.
    Salieron de ahí.
    Oscar decía a André.
    - Ni aunque ofrecieran mil misas por el alma del rey, podrían salvarlo.
    - No digas eso, Oscar- comentó André- quizás, ahora que está tan delicado, el rey se haya arrepentido de su proceder.
    - Quizás, aunque al dejar a su nieto en su lugar, cometerá un gran error.
    - ¿De verdad lo crees?
    - No me hagas caso, André. Mi preocupación por María Antonieta no me deja en paz. Y más porque mi padre sigue con la idea de ofrecer un ejército especial para él, como una guardia personal. Y a él poco le importa reforzar su protección.
    - Tal vez está muy confiado.
    Oscar dijo a André.
    - Lamento tanto que estés pendiente del amor de la princesa; si fuera tú, también estaría muy triste de no ser correspondido.
    - Gracias, Oscar pero…no puedes entenderme.
    Oscar se quedó en silencio. André no sabía realmente lo que estaba sucediendo en el corazón del hijo menor de los Jarjayez.

    Y la atención de María Antonieta seguía fija en la presencia del conde Fersen, de tal suerte que poco o nulo cuidado ponía en asuntos de estado.
    Eso era preocupante para todos. Oscar, específicamente, notaba que todos estaban pendientes de esa situación.
    El general Jarjayez llamó a su hijo.
    - Oscar…necesito que hables con María Antonieta para que la convenzas de tal forma que ponga más atención a los asuntos de la corte o tendremos serios problemas. El príncipe Luis está fuera de todo lo relacionado con las finanzas.
    Oscar asintió.
    - Trataré de convencerla, padre.
    Al poco rato, Oscar buscaba a André. Pero éste estaba cuidando algunos caballos.
    - André…llevo rato buscándote.
    - ¿Puedo saber para qué?
    - André…tengo que consultarte algo.
    André rió.
    - ¿A mí? No me hagas reír, Oscar.
    - No seas irónico, André. Mi padre me ha pedido algo pero no sé exactamente qué hacer. Me parece que tengo la solución en las manos pero no sé si lo que pienso pueda ser realmente lo que se deba hacer.
    André dudó.
    - Cuéntame…
    - Es que…mi padre me ha pedido que convenza a madeimoselle Antonieta de poner más atención en los asuntos de la corte. Pero la única forma de que haga eso es…apartando a Fersen de la corte.
    André miró a Oscar, luego bajó la mirada y dijo:
    - No sería mala idea.
    Oscar miró con dureza a André.
    - Sabía que dirías eso…
    Oscar se apartó de él un instante. André corrió hasta Oscar y le detuvo diciendo:
    - Espera, Oscar…fue sólo un comentario. No me agradaría pensar en eso. Dime, ¿qué habías pensado tú?
    - Eso…en lugar de convencer a lady Antonieta, pensé en convencer a Fersen de marcharse de aquí. Creo que es lo mejor.
    - Entonces…no era broma.
    - No, André. Claro que no. Ahora que lo dices, pienso que podría ser lo más conveniente.
    Oscar tomó el hombro de André y le dijo, dándole una palmada.
    - No te preocupes, André, sé que no lo dijiste con mala intención. Supongo que te duele que la princesa ponga tal atención en Fersen, pero era inevitable.
    André sonrió al darse cuenta que Oscar no comprendía su pensamiento.
    - Entonces, ¿qué piensas hacer?
    - Definitivamente, debo hablar con Fersen y pedirle que vuelva a Suecia. Será lo mejor para todos.
    André respiró hondamente. Por un lado, quitaba del camino a Fersen y por el otro, colaboraba para resolver el asunto que hacía peligrar la estabilidad de la corona francesa.

    Días después, Oscar se reunió con Fersen a solas en uno de los despachos.
    - ¿De qué querías hablar conmigo, Oscar?
    El joven Jarjayez miró a Fersen y comenzó a hablar:
    - Hans…hemos hablado con mi padre y con algunos miembros de la corte y…hemos tomado una decisión.
    - ¿Respecto a qué?
    - Dime algo, Hans…¿amas realmente a María Antonieta?
    Hans von Fersen bajó la mirada y luego dijo a Oscar:
    - No sé qué decirte…pero…tengo que sincerarme contigo. La amo con toda mi alma.
    Oscar apretó los puños (¿?) y continuó:
    - En ese caso…me atreveré a pedirte algo.
    - ¿Qué es, Oscar?
    - Debo pedirte que…vuelvas a Suecia…
    Fersen sintió como un balde de agua helada en las espaldas.
    - No sé qué responderte. Pero…ya que mencionas el amor por ella…lo haría precisamente para no perjudicarla.
    - Gracias, Hans…me apena mucho más a mí tener que pedírtelo pero…creo que no podría hacerlo con ella…no podría pedirle que te despidiera. Sé que no me escucharía, sé que no haría caso de lo que yo le dijera. ¿Me comprendes?
    - Te entiendo perfectamente, Oscar- respondió Fersen.- Y créeme que me pesa mucho tener que irme pero…creo que es lo mejor. Si no cabe la prudencia en uno de los dos, que quepa en el otro…y ése debo ser yo.
    Oscar suspiró. Tendió la mano a Fersen y añadió.
    - Perdóname por pedírtelo así. Me gustaría que siempre recordaras mi amistad y que si en algún momento decides volver, sea con la convicción de que este asunto ya no pese para ninguno de los dos.
    Fersen se puso en pie y estrechó la mano de Oscar diciendo.
    - Te prometo que un día volveré y volveremos a charlar como antes, Oscar. Mientras tanto, cuídate mucho y cuida mucho de ella, ¿me lo prometes?
    - Por supuesto que sí- dijo Oscar.- Cuídate mucho, por favor.

    Oscar sintió una opresión en el corazón que no podía controlar.

    Cuando volvió a su casa, André buscó a Oscar pero no lo halló.
    - Abuela…¿sabes dónde está Oscar?
    - En su habitación- dijo la abuela.- Tienes que esperar a que baje.
    - Tengo que subir…
    - No, André. No puedes…deja que Oscar esté un rato a solas. Ya bajará.
    André esperó durante horas en las escaleras.
    Por fin, Oscar descendió.
    - André…vamos a cenar.
    El joven descendió al comedor para asistir al hijo del general Jarjayez. Pero dentro de su ser podía sentir que se avecinaban tiempos mejores.

    En una taberna del centro de París…
    - ¿Qué esperas de la reunión de la cámara de los comunes, Maximilien?- preguntaba aquel joven que días antes estuviera ayudando a Rosalie Lamorlierie.
    - Espero que se decidan a establecer una mejor política de finanzas. Con eso de que la vida del rey está en riesgo. Y dudo mucho que su nieto haga algo importante en ese asunto.
    El joven periodista Chatelet continuó.
    - Yo también espero que las cosas mejoren. Mucha gente no quiere admitir que la muerte de Louis XV podría ser benéfica, pero es seguro que lo piensan.
    Maximilien lo miró.
    - Te noto un poco desconcentrado, Bernard. ¿Te ocurre algo?
    - No exactamente. Es que…conocí a una chica hace unos días. Pobrecilla…su madre está muy enferma y ella sola tiene que trabajar para darle de comer unos cuantos mendrugos de pan. No es justo…es tan linda…
    - Me parece que te has enamorado de ella.
    - No, para nada. Es tan sólo una niña. Realmente me ha conmovido su forma de salir adelante. Me preocupa que pueda ceder a la tentación en terminar como cortesana o como mujerzuela. Sería capaz de…
    - ¿De qué?
    - De casarme con ella con tal de que no lo hiciera.
    - Pero si tú, Bernard, eres más pobre que una rata…-rieron.
    - Seré pobre pero sí soy honrado y trabajador. Y seguramente jamás le faltaría nada a esa niña ni a su madre. Además…no soy tan mal parecido.
    Maximilien y el resto rieron ante el comentario. Bebieron un par de copas más y salieron de ahí algo tarde.

    En Versalles, todos estaban apartados de la cámara del rey.
    Aguardaban el momento fatal.
    Oscar esperaba junto con André.
    - ¿Qué dice el médico?
    - Dice que…es cuestión de horas…
    André trataba de explicar a Oscar que le dolía aquel momento pero no sabía cómo expresarlo.
    Fersen ya se había ido. Oscar, sin embargo, no se sentía tan triste como creía.
    De pronto, el médico salió dando la fatal noticia.
    - Ha muerto el rey…
    La corte entera dijo:
    - Ha muerto el rey…¡viva el rey!
    Los jóvenes príncipes Luis y María Antonieta fueron llamados.

    André dijo a Oscar.
    - Ahora sí que vienen los problemas.
     
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    Cap. 20

    Tras la muerte del rey Luis XV, los nuevos príncipes tuvieron que tomar el control del gobierno, cuando aun tenían 18 años. Eran realmente irresponsables los dos y eso iba a traerles problemas con el pueblo francés.
    Por el momento, Oscar estaba en paz relativa, puesto que parecía no tener que pasar mucho tiempo en Versalles. Pero, en cuanto la reina contrajo nupcias y tomó su sitio como reina de Francia, las cosas comenzaron a cambiar.
    La reina María Antonieta mandó llamar a Oscar una mañana.
    André deambulaba por uno de los salones.
    - ¿Vas a ver a la reina?- preguntó André.
    - Sí, me ha mandado llamar, y casi puedo saber de dónde viene su interés por hacerlo.
    - Seguramente…Fersen…
    - Así es…¿quieres venir?
    André negó.
    - No sería prudente, Oscar. Es mejor que vayas tú…si yo estoy presente, mis reacciones me delatarían frente a ella.
    - Ya veo…creo que es mejor que no note tus intenciones.
    Oscar marchó hacia el salón donde estaba María Antonieta. André bajó un momento la cabeza. Oscar no había entendido para nada el por qué de la forma de actuar de él.
    El joven capitán Jarjayez entró a aquel sitio y conversó con la reina.
    - Su Majestad.
    - Me alegra verte, Oscar. No había podido cruzar palabra contigo desde la ceremonia de coronación.
    - Así es, Majestad. Han pasado muchas cosas.
    - Dime…¿qué ha pasado con Fersen? Supe que se iba…
    - Sí…tuvo que marcharse a Suecia de improviso. Asuntos de la corona sueca.
    María Antonieta sufría porque Fersen no se había despedido de ella.
    - Lo lamento…¿ha mucho tiempo que se marchó?
    - Un poco, Majestad. Y considero que…fue lo mejor que pudo hacer…
    La reina asintió con dolor.
    - Yo también creo lo mismo que tú, Oscar. En fin…me alegro por ti porque ahora todo será mejor para ti. Tu madre está ahora en tu casa, ya no es necesario que esté aquí en la corte todo el tiempo, considerando también que no podría estar aquí muchas horas por su estado de salud.
    - Agradezco esa atención de su parte, Majestad.
    María Antonieta asintió y añadió:
    - Despreocúpate, Oscar. No sé qué haría sin alguien como tú a mi lado…
    Oscar levantó la mirada. Aquellas palabras se clavaron en lo profundo de su alma.

    André, por su parte, dejó a Oscar en Versalles y volvió a la casa.
    Tenía que revisar los caballos de la familia Jarjayez. Por un lado se sentía más tranquilo, con Fersen fuera de Francia. Pero sabía que quizás eso no tendría a Oscar de muy buen humor.
    La abuela lo vio venir cuando entró a la sala.
    - Hijo, ¿no estás hoy con Oscar?
    - Tiene muchas ocupaciones y yo debía venir a revisar los animales del establo.
    - Lo que sucede es que no quieres tener a Oscar frente a ti durante mucho tiempo.
    - ¿Por qué lo dices?
    La abuela repuso.
    - Por favor, André, reconoce que…
    - Abuela…es mejor que no sigas. Me conoces demasiado bien y sabes lo que me está pasando.
    - Lo sé, hijo. Mira, ve a París y yo te disculpo con Oscar. Cuando llegue, le aviso que no tardarás.
    - Gracias, abuela, aun sí tengo cosas que hacer en París.

    El joven salió de la casa Jarjayez y se dirigió a París.
    Cuando estaba ya en la plaza, encontró a algunos amigos que se dirigían a la taberna.
    - ¡Hey, André! ¿Por qué no vienes con nosotros a beber algo?
    - No, muchachos, ahora no puedo.
    - Ven, anda, para que vuelvas a venir estará difícil.
    Estaban en la taberna, aunque André no estaba de muy buen humor.
    - ¿Qué pasa, André?
    El muchacho negó.
    - No me pasa nada, es sólo que estoy preocupado.
    - Pero si acabamos de recibir a una nueva y hermosa reina. Estoy seguro que la suerte de Francia se trocará en felicidad.
    - Yo lo pongo en duda…
    - Dinos, André, ¿cómo te va con el capitán Jarjayez? Dicen que es un patrón muy bueno…aunque bastante raro.
    - ¿Quién dice eso?
    - Mucha gente…pero tú trabajas para él. Debes saber mejor que nadie…
    - Lo sé y puedo decir que no podría trabajar para nadie mejor que el capitán Oscar.
    La mirada de André se tornaba apasionada y ferviente al hablar del hijo del general Jarjayez.
    - No es necesario que te pongas así. Nos harás pensar mal…mejor dime: ¿y la chica aquella que encontraste en París? ¿No has vuelto a verla?
    - No-dijo André- pero…creo que…pronto la volveré a ver…
    Uno de los muchachos le preguntó.
    - ¿Cómo es ella, André?
    André respondió, mientras chocaba su vaso de vino con ellos:
    - Es…rubia…con unos ojos claros hermosísimos…unos labios pequeños y suaves…una piel suave y fina…un cuerpo de diosa griega…y un porte de reina…
    Los muchachos rieron.
    - Eres un mentiroso, André. Esa descripción sólo encaja con la reina María Antonieta. Nos quieres tomar el pelo. De igual forma, bebe, André, para que dejes de idealizar a tu “musa” y dejes de soñar. Salud.
    André brindó pero repuso.
    - Debo volver…el capitán Jarjayez ya debió volver de Versalles. Hasta pronto.
    Lo vieron marchar. El muchacho iba pensando en aquella muchacha a la que había descrito tan bien.
    En su casa, Oscar bebía un poco de café, cuando llegó André.
    - ¿Se puede saber en dónde estabas, André?- preguntó el joven capitán.
    - Fui a París…como tú estabas en Versalles, con muchas ocupaciones…
    - Hiciste bien pero…hubiera querido que te quedaras conmigo. Necesitaba que alguien me ayudara.
    - Con los pendientes…
    - Sí- añadió Oscar- la reina quería ordenar algunas cosas y yo no podía hacerlo todo.
    André comentó.
    - Discúlpame, Oscar…no vuelve a suceder.
    El joven permaneció en espera. Oscar marchó hacia su habitación para leer y tocar el violín.
    De pronto, sintió la necesidad de ir a buscar a André.
    Lo encontró en el estudio.
    - André…¿puedo saber qué haces aquí tan solo?
    El joven cerró el libro y se incorporó.
    - Dime, Oscar…¿necesitabas algo?
    Oscar sonrió.
    - Tocaba el violín pero como no tenía público me aburrí. No me digas que estás estudiando a estas horas.
    - Sólo quería ponerme al corriente…
    Oscar se acercó, cerró el libro y mirando a los ojos a André le preguntó.
    - Dime la verdad…¿qué te está pasando, André?
    El muchacho Grandier, al verse acorralado, miró a Oscar a los ojos con profundidad y le preguntó.
    - ¿Tú…qué crees, Oscar?
    El hijo del general Jarjayez recorrió los ojos de André, luego bajó los suyos y respondió.
    - Seguramente estás pensando en María Antonieta, ¿cierto?
    André sonrió.
    - Un poco…quisiera saber la cara que puso cuando le dijiste que Fersen se había ido.
    Oscar comentó mientras se quitaba los guantes:
    - Pues…se puso muy triste. Pero…quizás con el tiempo lo olvide. Acaba de hacerse reina de Francia y el rey ya es su esposo.
    André repuso.
    - Quizás él la haga olvidarlo…
    Oscar lo empujó ligeramente.
    - ¿Te estás burlando, André?
    - No- siguió él empujándola también.
    Una pequeña guerra de almohadones en el estudio terminó entre risas.
    Cuando se calmaron, Oscar continuó con la charla.
    - Se vuelve muy difícil la situación con la guardia. El conde de Guémené sigue a cargo de la guardia real y dicen que a los soldados no les parece el trato. Estaban mucho más contentos antes de que muriera el rey Louis.
    - ¿Por el trato?
    - En parte…y también por la paga. Oye…¿cómo son las reuniones de los comunes en París?
    - No sé mucho al respecto pero se supone que son verdaderas reuniones de intelectuales.
    - ¡Cómo me gustaría ir a una!- comentó Oscar.
    André propuso.
    - Te prometo que te llevaré a una de cualquier día de éstos.
    - ¿De incógnito?
    - Sólo no lleves el uniforme de gala, por favor.
    Ambos rieron y bajaron cuando la abuela los llamó a cenar.

    En uno de esos días, el joven Bernard Chatelet volvió a aquel lugar donde vivía Rosalie Lamorlierie. La madre de la muchacha ya estaba en pie.
    - Te dije que te quedaras en cama, mamá- replicó Rosalie.
    - No podía hacerlo- dijo la madre- sabes que tengo que volver a trabajar.
    El joven Bernard llegó.
    - Bon jour, madeimoselle Rosalie.
    La joven sonrió.
    - Bon jour, Monsieur Chatelet.
    El fuego de aquellos ojos hacía sonrojar las mejillas de Rosalie.
    La madre lo saludó cordialmente.
    - ¿A qué debemos el honor de su visita, Monsieur Bernard?
    - Les tengo buenas noticias- dijo Bernard.- le he conseguido trabajo a la señorita Rosalie en la casa de modas de Madame Rose Bertrand.
    La señora Lamorlierie estaba muy contenta.
    - ¿De verdad?
    Rosalie estaba muy emocionada.
    - No puedo aceptar, Monsieur…yo…
    - No diga más, Rosalie. Ya la están esperando desde mañana. Les conté de los bordados que realiza y dijo madame Bertrand que quería verla en acción. No puede decirme que no.
    La madre de la muchacha la instó.
    - Por favor, hija, acepta…el joven Chatelet te ha conseguido ese trabajo.
    - Está bien…tan sólo porque usted se esforzó para eso.
    Bernard sonrió. Estaba dispuesto a ayudar a la muchacha a resolver su situación económica.
    Oscar desayunaba al día siguiente junto con André.
    El general Jarjayez le dijo.
    - Hoy puedes quedarte…yo sí iré a Versalles, habrá una reunión de los generales.
    - Que haya suerte padre…por cierto…¿estará ahí el conde de Guémené?
    - Sí, ¿por qué?
    - Por nada…
    Cuando el general se despidió, Oscar dijo a André.
    - ¿Qué pasaría si mi padre supiera lo que ha hecho el conde?
    - No creo que suceda nada, Oscar. Tu padre jamás te creería lo que le dijeras al respecto.
    - Ya veremos si pronto no se entera. Ese conde no podrá ocultar durante mucho tiempo lo sucedido. No es justo…
    André miró de nuevo a Oscar. En ese momento, el capitán Jarjayez destilaba justicia por los ojos.
     
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    Cap. 21

    Oscar conversaba con André ante la ventana. El joven capitán no podía negar que pensaba en la suerte de su compañero Fersen.
    André lo sabía. Se acercó despacio a la ventana junto a Oscar y preguntó:

    - Supongo que te preocupa María Antonieta.
    - Un poco…temo que la reina reaccione negativamente. Según el conde Mercy, no obedece indicaciones…quiero seguir comportándose como una princesa caprichosa. Sin embargo, dicen que comienza a preocuparse mucho por la tranquilidad y la felicidad de su pueblo.

    - Eso espero…por su propio bien.

    Oscar le dijo comprensivamente.

    - ¡Pobre de ti! ¡Cómo se te ocurrió fijarte en alguien como María Antonieta!
    - Espero que se me pase…no pienso vivir con esa pasión tan profunda toda la vida.
    - Es verdad…-dijo Oscar aceptando la opinión de su casi hermano.
    André preguntó.
    - ¿Tienes idea de a qué fue tu padre a esa reunión?
    - No tengo idea, supongo que van a conformar la nueva guardia real. Aunque supongo que a cargo quedarán los mismos: Guémené, mi padre, Maximilien Girodelle, aunque él parece no estar demasiado interesado en las armas.
    - ¿Ah no?- preguntó André.
    - No, al parecer le llama más la atención la política. Pero su padre se empeña en que sea un buen militar.
    - Espero que pueda con ello. ¿No te gustaría ir a practicar un poco con la espada, Oscar?
    - Claro que sí, aunque te advierto que soy muy ágil y te venceré enseguida- dijo jactándose de su rapidez.
    - Eso si yo lo permito, Oscar. Mi fuerza servirá a mi inteligencia.
    La abuela los miró salir a practicar. Entonces pensó para sí:
    - Pobre de mi muchacho…ojalá la vida le permitiera ser verdaderamente feliz.

    Bernard fue por Rosalie a su casa para llevarla a la casa de modas de Madame Rose Bertrand.
    - No debió molestarse, Monsieur Bernard- dijo ella.
    - No me llame Monsieur, que me hace sentirme viejo, señorita. Y no es molestia. Era lo menos que podía hacer por usted. Ahora sólo le queda trabajar y hacer lo que mejor sabe hacer.
    Llegaron a la casa de modas.
    Bernard saludó cordialmente.
    - Bon jour, madame Bertrand- dijo el joven periodista.
    - Bernard, eres tan galante. Gracias por venir. Supongo que has traído a la chica.
    Rosalie miró apenada a la modista. Su humilde vestido contrastaba un poco con los vestidos que usaban las otras dos chicas.
    - Bienvenida, Rosalie- dijo la señora con sinceridad.- Me alegra que Bernard haya recomendado a joven tan hermosa.
    Bernard se sentía orgulloso de su trabajo.
    - ¿Lo ve? No me equivoqué cuando le dije que la encontraría hermosa.
    - No sólo me ayudarás como costurera, también podrás ser modelo para la prueba de los vestidos.
    - Oh, no…no podría.
    - Claro que puedes- dijo madame Bertrand.- Lucirás esa ropa tan sólo para que las damas de París puedan elegirlos.
    - En usted lucirán muy hermosos, Rosalie.
    La niña se sintió algo cohibida. Madama Bertrand carraspeó y añadió.
    - Bernard, querido…¿no tenías algo importante que hacer en París?
    - Oh, sí…cierto- dijo un tanto apenado.- Con el permiso de ustedes, me retiro.
    Luego guiñó el ojo a Rosalie diciendo:
    - Mucha suerte.
    Marchó entonces, dejando a su recomendada al cuidado de la señora Bertrand.
    La joven estaba maravillada por la gran cantidad de telas y bordados con los que aquella señora trabajaba.
    Una de las muchachas le dijo:
    - Se nota que fue Bernard Chatelet quien te recomendó.
    - ¿Por qué lo dices?
    - Porque el pobre apenas puede discernir entre la seda y el percal.
    Rosalie sonrió levemente.
    - Lo siento, querida…supongo que no está bien que hable mal de la mujer con la cual trabajo pero…la verdad que no es la mejor modista de París.
    - Pues…yo no lo sé, pero espero poder trabajar bien. Mi madre está muy necesitada de mi ayuda y no quiero defraudarla.
    - Suerte, entonces, querida- señaló la otra chica.


    En la casa Jarjayez, Oscar y André combatían fuertemente.
    - ¡Eres muy ágil pero yo te venceré!- auguraba el chico Grandier.
    - Lo dudo, André, tienes que poner a pensar a tu cabeza al mismo tiempo que mover tus manos.
    Al poco rato llegó el general Jarjayez.
    - Oscar…
    Éste venció a su oponente en dos segundos.
    - ¡Otra vez lo hiciste, Oscar!
    - Qué bueno que ya has vuelto, padre…¿alguna buena noticia?
    - La mejor de todas…especialmente para ti. Eres el nuevo jefe de la guardia real.
    Oscar apenas podía creerlo.
    - ¿Cómo?
    - Muy fácil, ahora eres coronel…
    Oscar estaba boquiabierto. André lo felicitó.
    - Me alegra mucho por ti, Oscar- dijo aquél.
    El ahora coronel Jarjayez preguntó.
    - ¿Puedo saber cómo sucedió esto?
    - La reina ha solicitado su ascenso. Ella misma fue quien te propuso como cabeza de la guardia real. Y el rey también estuvo de acuerdo.
    - Pues…agradeceré personalmente a Sus Majestades por tal honor, padre.
    - Te esperan en dos días en una gran recepción. Por el momento, puedes descansar.
    - Gracias, padre.
    En cuanto el general se marchó, André rompió a reír.
    - ¿Se puede saber qué te hace tanta gracia, André?
    - Que me parece que ahora las decisiones importantes, las toma la reina María Antonieta.
    Oscar permaneció serio dos segundos.
    - ¿En qué piensas, Oscar? ¿Dije algo malo?
    - Lamentablemente no, André. Algo me dice que tienes razón. Pero eso no me agrada en lo absoluto. De igual forma iré a visitar a la reina, pero no pienso ir a Versalles en un par de días. No hasta que me manden llamar. No quiero cruzarme con el conde de Guémené, no soporto su repugnante presencia.
    André concordaba con Oscar totalmente.

    En tanto, aquella noche en la casa Boulanvilliers, la marquesa se reunía con algunas amistades para anunciar el noviazgo de su joven protegida, Jeanne Valois, con un amigo de la familila, llamado Nicolas de la Motte.
    - Nicolas…me alegra tanto que Jeanne te haya aceptado.
    - A mí más, señora marquesa- decía Nicolas.- Nunca pensé que Jeanne fuera a acceder a nuestro matrimonio. No porque no pudiera, sino por ser ella una chica tan bella y tan bien educada.
    - No digas eso. Tu familia es de las mejores de París. Sólo lamento que tus padres no hayan podido presentarse a la corte antes. Si yo misma no he sido solicitada.
    - Quizás pronto lo sea, señora marquesa- sonrió malévolamente.
    En tanto Jeanne sonreía, participando de las palabras de quienes la adulaban constantemente.
    - Jeanne…te ves realmente hermosa. Nicolas se llevará una joya.
    - No digan eso…yo sólo pretendo hacerlo feliz.
    Nicolas llegó entonces.
    - Querida…¿contenta?
    - Mucho, Nicolas. Esta fiesta es muy agradable. Gracias por lo que estás haciendo. Sé que vamos a ser muy felices.
    Nicolas la abrazó al tiempo que buscaba sus labios, cuando Jeanne le propuso.
    - ¿Qué te parecería que pronto nos quedáramos con la fortuna de la señora marquesa?
    Nicolas se sorprendió.
    - ¿Qué dices, Jeanne?
    - Nada…que tú y yo podríamos conseguir que fuéramos aceptados en la corte. Hay gente que conozco que pueden presentarnos al cardenal de Rohan, y si eso pasa, no habrá inconveniente en que seamos llamados por Su Majestad la reina de Francia.
    - Pero…¿por qué la marquesa?
    - Porque a pesar de todo, no tiene la suficiente fortuna como para acceder a la corte. Y con su herencia, el título lo heredaría yo y así…podríamos estar bien posicionados en la sociedad, Nicolas.
    El joven amigo de la marquesa estaba sorprendido de la maldad que aquella mujer destilaba.

    - ¿Y qué piensas hacer ahora que no estés en Versalles, Oscar?- preguntaba André mientras cepillaba a uno de los caballos.
    Oscar sonrió.
    - Pues dedicarme a estudiar…dedicarnos a estudiar y a practicar la esgrima y a montar. Debemos ejercitarnos para estar en forma ahora para la nueva responsabilidad.
    - ¿Y qué opinas del nombramiento que has recibido?
    El ahora coronel respondió.
    - Sé que no lo merezco y como tal, voy a manejar esta situación al margen; no quiero que muchos se burlen o generen rencillas por ese motivo.
    - ¿Y cómo lo conseguirás?
    - Haciendo lo que me corresponde…la reina estará de mi parte…
    Enseguida comenzaron a llegar a la casa costosos regalos.
    André y Oscar entraron a la casa y vieron aquel mar de presentes.
    - Todos estos regalos los envía Su Majestad en prenda de tu nuevo nombramiento.
    - Los agradezco mucho pero no los puedo aceptar.
    André estaba sorprendido.
    - ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?
    - Totalmente- dijo Oscar.
    Y ahora estaba mucho más seguro de lo que decía.
    Y André también estaba seguro de sentirse orgulloso de su amistad con Oscar Jarjayez.
     
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    Cap. 22
    André notó cómo Oscar rechazaba aquellos regalos que le enviara la reina. Pero sabía que la razón iba más allá sólo de simple gesto de humildad.
    Así que decidió averiguar lo que había detrás.
    Fue a la habitación de Oscar y tras afinar el violonchelo del ahora coronel, preguntó.
    - ¿Qué te parecieron los presentes de María Antonieta?
    - Casi no los vi- respondió Oscar sin interés.
    - ¿Realmente estabas en tus cabales cuando despreciaste esos presentes?
    Oscar cambió su rostro a uno de afectación.
    - ¿Tú los habrías aceptado, si sabes que esos regalos son costosos y la corona no está en una situación económica muy boyante que digamos?
    André se quedó en silencio.
    - No pensé que lo hicieras por eso…
    - ¿Y por qué otra cosa?- preguntó Oscar de nueva cuenta.- Quizás no lo había pensado pero ahora sé que es así. Escuché que había problemas de finanzas y por eso considero que la reina no debería gastar en presentes como esos. Además, hay algo más.
    André se intrigó.
    - ¿A qué te refieres?
    - A la forma de reaccionar de María Antonieta. Cuando aprecia a alguien reacciona de forma inmadura y trata de pagar la predilección con sus regalos. Pero yo no soy así.
    - Y me alegra que pienses así.
    Oscar miró a André con alegría y respondió.
    - Y a mí me da gusto que sea así, porque no me gustaría que tuvieras que estar de acuerdo conmigo tan sólo por ser mi amigo.
    - Sabes que estoy de acuerdo contigo en casi todo. ¿Y qué piensas hacer ahora?
    - Supongo que mi padre habrá puesto al tanto a Su Majestad y querrá verme para que le agradezca personalmente su distinción. Y lo voy a hacer pero pondré mis condiciones.
    André soltó una carcajada.
    Oscar se cruzó de brazos.
    - ¿Puedo saber por qué te da tanta risa, André?
    - Es que…¿cómo vas a ponerles tus condiciones a la reina?
    - Supongo que no te agrade que contraríe los designios de tu amada- dijo, guiñándole el ojo a André- pero es necesario para que yo pueda aceptar tan “alto honor”.
    El joven Grandier no entendía del todo.
    - Lamento preguntarte pero…no te comprendo.
    - Ni falta que hace- dijo Oscar- será mejor que no sepas los desplantes que le haré a tu amada.
    André sonrió de lado.
    - Está bien…no intervendré en tus decisiones. Sólo espero que “mi amada”, como tú la llamas, no se retracte de su decisión.
    - No me afectaría en lo más mínimo. Realmente, no tengo interés en adquirir un grado tan importante tan sólo porque es ella quien lo desea.
    André, sin embargo, rogaba que aquel rango que había recibido Oscar fuera bien aprovechado.

    Bernard Chatelet contaba con detalles su breve hazaña frente a un distraído Robespierre que estaba más preocupado por la cámara de los Comunes que por las aventuras amorosas de Chatelet.
    - Es una dulzura de criatura, lástima que aún sea tan joven. Pero estoy seguro de que le importo mucho más de lo creo.
    - Eso no es tan importante ahora, Bernard. Estamos más preocupados por los asuntos de estado. La reina parece ser ahora quien está a cargo de los asuntos de la corona.
    - Eso es realmente delicado- observó Chatelet.
    - ¿Ves a lo que me refiero?
    - Sin embargo, déjame seguir soñando con esa dulce jovencita que es mi sueño…el sueño que de niño quizás tuve con alguna princesa o hada, de los cuentos de los que mi madre me contaba.
    - Sigue soñando entonces, Bernard, con tu princesa del pueblo.
    - No lo digas en ese todo. Sabes que puedo ser un soñador, pero tengo los pies bien puestos en la tierra.
    Maximilien bien sabía que Bernard decía la verdad.

    Mientras tanto, Rosalie disfrutaba levemente lo que ganaba con Madame Rose Bertrand, especialmente cuando ésta fue requerida por la mismísima María Antonieta para realizar varios diseños para ella.
    Rosalie compartía con sus compañeras las ganancias.
    Y volvía a su casa más contenta que de costumbre por poder ayudar a su madre.
    La señora se sentía un poco mejor, pero siempre que podía preguntaba por su otra hija.
    - Rosalie…¿has sabido algo de Jeanne?
    Rosalie se entristecía. Le parecía un poco injusto de parte de su madre preocuparse más por la ausente que por ella, pero la comprendía. Era su hermana.
    - Lo siento, mamá, pero no tengo noticias de Jeanne.
    La madre mudaba su semblante. Era normal. Jeanne las había dejado porque quería vivir como una reina y algo le decía que lo había conseguido.

    Precisamente, no muy lejos de ahí, en la casona de la marquesa de Bouillanvillers…
    - Bienvenidos. Me agrada tanto que pudieran venir. Ahora que conozcan a mi sobrina, van a quedar maravillados con su belleza.
    Y precisamente, hubo un hombre que quedó prendado de la voluptuosa belleza de la joven hermana de Rosalie Lamorliérie.
    - Buenas noches, madeimoselle Valois- dijo aquel hombre al mirar a Jeanne.
    La joven, quien disfrutaba su nueva situación económica, sonrió a aquel caballero y le preguntó.
    - Buenas noches…¿cuál es su nombre?
    - Soy amigo de la marquesa…mi nombre es Nicholas de la Motte…
    - No había escuchado su nombre pero parece que si es usted amigo de mi tía debe ser alguien muy importante.
    El muchacho sonrió.
    - En efecto…¿me concedería este minuet?- preguntó lisonjero.
    La belleza de Jeanne era en verdad esplendorosa, pero su maldad y audacia también lo serían.

    Al día siguiente, Oscar se apresuró a llegar hasta Versalles.
    María Antonieta la esperaba ya.
    André se había adelantado.
    - ¿Puedo saber qué haces aquí tan temprano?- preguntó Oscar a su amigo.
    - Ya lo ves…quería estar presente durante el momento en que le digas a María Antonieta que vas a establecer tus condiciones.
    - No te sientas tan ufano, André- respondió divertido Oscar- que no pienso servirte de diversión.
    - De igual forma, será interesante saber qué sucederá- guiñó el ojo André.
    Oscar sonrió de lado y entró a la audiencia con la reina.
    María Antonieta le recibió encantada.
    - Oscar…supongo que ya te han puesto al tanto del nuevo cargo.
    - Así es, Su Majestad, y me siento verdaderamente en honra de semejante distinción.
    - Pero también me pusieron al tanto de que no aceptaste los presentes que te envié. ¿Puedo saber la razón?
    - Antes que todo, Majestad, debo deciros que no soy una persona a quien le guste recibir presentes de alguien de mayor categoría que yo. No lo considero justo ni normal. No me malentienda. No es cuestión mía. Creo que es mi forma de ver las cosas.
    - Te comprendo. Sin embargo, me gustaría concederte algo que quisieras pedir.
    - Hay dos cosas que quiero pediros.
    María Antonieta sonrió.
    - Adelante, Oscar, puedes solicitar sin problemas.
    - Bien…la primer cosa es que…me aceptéis como coronel a cargo de la guardia real solamente si me rebajáis el sueldo a la mitad.
    - ¡Oscar!- observó con sorpresa la reina- extraña petición la tuya pero…puedo aceptarla…¿y la otra?
    - Que…aceptéis que André Grandier permanezca en la guardia a mi lado y que a él se le asigne un salario y se le otorgue el grado de sargento.
    María Antonieta sonrió.
    - Si sólo es eso lo que pides, ten por seguro que se te concederá.
    - Sin embargo, sería mejor que por ahora no lo sepa. No quiero que lo rechace.
    - No te preocupes, no se lo diremos.
    Oscar sonrió. Se sentía tranquilo ahora que había conseguido la amistad y el respeto de la reina. Sin embargo, habría nubes negras pronto en el horizonte de la corona francesa.

    El nuevo coronel salió del salón de Espejos y se encontró con André.
    - No pude ver la cara de su Majestad por lo que le dijiste, pero veré su cara ahora que le traen sus nuevos vestidos.
    - ¿Tú serás el modisto?- preguntó con sorna Oscar.
    - No te burles. Ha pedido que media corte esté presente, incluso tú.
    - Ya veo. ¿Y quién vendrá?
    - Madame Rose Bertrand.
    - Tengo entendido que no es la mejor costurera de Francia.
    - Claro que no, sólo que alguien la recomendó y la reina estuvo fascinada con un vestido que le hizo.
    - Ven, vamos a ver.
    Al llegar se dieron cuenta de que la reina comenzaba a vestirse de una forma bastante extravagante.
    - No me gusta la moda que la reina está seleccionando- dijo Oscar.
    - A mí menos…especialmente por mi gran boca.
    - Sí- rió Oscar- ya supe lo que dijiste respecto a lo del color de…”la mosca”.
    - Fue tan sólo un decir, y Madame Bertrand estuvo feliz de llamar así a su modelo. Y la reina igual.
    - Sin embargo, no me podrás negar que se veía hermosa.
    “Yo sé de alguien que, sin ser reina, se vería hermosa con esa ropa”- pensó André.

    Fueron al patio central. El nuevo coronel comenzó a dar órdenes a su regimiento. Tenía en el destacamento a Monsieur Girodelle que era incondicional, pero también tenía al conde de Guémené, un acérrimo rival de su padre. Y por añadidura a un recomendado del cardenal de Rohan.
    - ¿Quién es ése?- preguntó André- creo que apenas si sabe montar a caballo.
    - Sí, le falta prestancia- dijo Oscar- pero ya lo corregiremos. Dicen que apellida de la Motte.
    - Espero que no nos haga quedar mal en la demostración ante Su Majestad el rey.
    - Eso espero yo también- dijo Oscar no muy seguro de que aquel hombre fuera un buen elemento.
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    Cap. 23
    Oscar seguía dirigiendo a su destacamento, cuando notó que de la Motte no se sentaba bien en el animal y su jamelgo no lo obedecía del todo.
    - ¡Enderézate!- gritó Oscar.- Debes estar más firme, Nicolás.
    Aquel hombre no estaba muy contento de estar en el regimiento, pero fue la marquesa de Boulanvillers quien intervino para que el muchacho fuer aceptado en la guardia real.
    ¿Por qué? Por ser ahora novio formal de su sobrina, Jeanne Valois.
    La marquesa comentaba con Jeanne.
    - Conseguí que Nicolás fuera aceptado en la guardia real.
    - ¿Y cómo lo consiguió, tía?
    - Bueno, le dije a un buen amigo de la reina que ese muchacho tenía futuro. Que era un conde ligeramente venido a menos y que sólo necesitaba una oportunidad para sobresalir. Además, sé que tú lo quieres. No puedo permitir que mi sobrina sea novia de un don nadie.
    - ¡Gracias, tía!- dijo Jeanne, hipócritamente.- No esperaba menos de ti. ¿Habrá alguna reunión para agradecerlo?
    - Quizás, sólo que por ahora no lo sé, no me he sentido muy bien. Tengo que ver a mi notario…quiero dejar algunas cosas en orden.
    Jeanne entreabrió los labios y enarcó una ceja. Era una buena oportunidad para hacerse de la fortuna de la marquesa.

    Oscar terminó el entrenamiento. Monsieur Girodelle preguntó al coronel.
    - Discúlpeme, coronel.
    - Dígame, capitán Girodelle.
    - Lamento importunarle pero…vi con afectación la forma en que ese conde Nicolás le sacó de sus casillas.
    - No se fije, capitán. Lamento que haya tenido que verme en indisposición pero…es que hay ocasiones en que no entiendo por qué hay nobles que por el simple hecho de serlo tienen que estar en el regimiento de Su Majestad.
    - A mí también me molesta eso- dijo el capitán Girodelle- sin embargo, creo que si necesita ayuda, yo podría hacerlo, a fin de que su regimiento no se vea afectado.
    Oscar entrecerró ligeramente los ojos.
    - Le agradezco, pero en el caso de que ese hombre necesite ayuda, yo estaré en disposición de dársela. Con su permiso, capitán.
    André siguió a Oscar hasta el exterior del palacio.
    - Oscar…¿por qué fuiste tan cortante con el capitán Girodelle?
    - Será, quizás, porque no me gusta la forma en que se dirige a mí. Seguramente quiere ganar puntos conmigo pero no lo va a conseguir. Los méritos propios son los que determinan si alguien debe o no ascender en el ejército.
    - Sin embargo, en mi caso, abogaste por mí y yo no soy ni siquiera noble.
    - No es lo mismo- respondió Oscar- tú eres un buen elemento. Si fueras noble, ahora ya serías capitán.
    André agradeció.
    - Me has tratado siempre bien, Oscar…es algo que nunca voy a olvidar.
    Se miraron profundamente a los ojos. Las palabras sobraron. Sin embargo, André encontraba en la mirada de Oscar algo extraño, algo nuevo. Y se llegó a preguntar si alguien había llegado a su corazón.

    Al día siguiente, Oscar se levantó temprano y se dirigió a la caballeriza.
    La abuela Grandier llamó a André.
    - ¡Levántate, muchacho! Oscar ya está a punto de marchar y tú todavía acostadote…
    André se levantó somnoliento pero en cuanto escuchó que Oscar se había levantado, se apresuró para estar listo.
    Llegó justo a tiempo y tomó su propio caballo.
    - Te quedaste dormido, André.
    - No te preocupes, no volverá a pasar. Sólo quisiera saber. ¿Por qué tenías tanta prisa de llegar temprano?
    Oscar sonrió solamente.

    Cuando llegaron con María Antonieta, Oscar se notaba radiante. André comenzó a sospechar que quizás Oscar sentía por la reina algo más que sólo admiración.
    Y más lo notó cuando vio que María Antonieta cantaba y después llegaba una dama más de la corte.
    - ¿Quién es esa mujer?
    - No tengo idea- dijo Oscar con molestia.
    André trató de averiguar.
    - Dicen que su apellido es Polignac…
    - Polignac- dijo Oscar.- Algo me dice que esa mujer traerá graves problemas…
     
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    Cap. 24
    - No seas tan quisquilloso, Oscar- reveló André.- Es sólo una dama que ha llegado a la corte.
    - Lo sé pero…no sé por qué hay algo en ella que no me agrada.
    - Déjala, al parecer se comporta como toda una dama. Y se ve que a la reina le parece simpática.
    Pero Oscar presentía que aquella mujer sólo se estaba aprovechando de su status.
    María Antonieta la miró con suma atención.
    - ¿Ya vieron a esa dama?- preguntó María Antonieta.- Es hermosa…canta lindísimo. Necesito hablarle…
    Oscar trató de ayudarla a ser prudente.
    - Majestad…esa mujer parece que nunca había estado en la corte. Por favor, no se extralimite.
    - Pero…¿no te has dado cuenta de su forma de cantar, de ser? Necesito saber cómo se llama…tengo que hablar con ella.
    - Está bien.- repuso Oscar con visible desagrado.- Voy a averiguar más sobre ella y os lo haré saber.
    Oscar avanzó unos pasos hacia una dama. Ésta le dio una información algo imprecisa. Pero fue con André y le dijo:
    - André…por favor, averigua más sobre lady de Polignac.
    André asintió.
    Mientras tanto, Oscar observaba cómo María Antonieta no perdía ojo de la presencia de aquella mujer. Era hermosa, no cabía duda. Pero había en su mirada un dejo de hipocresía que no pasó desapercibido para el hijo del general Jarjayez.
    André regresó con información importante.
    - Se llama Giselle de Polignac…dicen que es esposa del duque de Polignac que ha venido a menos…supongo que fue invitada por alguien más importante en la corte. Pero no me da buena espina.
    - A mí tampoco. Sin embargo, la reina está muy interesada en ella.
    - Oscar…¿por qué te preocupa tanto la predilección de la reina en ella?
    Oscar desvió la conversación.
    - A ti debería preocuparte más…tu amada es quien se interesa por esa dama. Quizás ella pueda ser la favorita de la reina.
    - A mí me parece más bien que se trata de…celos, ¿cierto?
    Oscar se ofendió un poco.
    - Todo menos eso- dijo el ahora coronel Jarjayez.- Sabes que eso es imposible.
    André asintió.
    - Claro…entre otras cosas porque…no podrías enamorarte de la misma mujer que yo.
    Oscar rompió a reír a carcajadas, tratando de no ser evidente mientras el baile se desarrollaba.
    - Ahora dime tú, sabelotodo…¿cómo conseguiste la información de esa dama?
    André sonrió de lado.
    - Pues…persuasión solamente.
    - ¿Persuasión amorosa? Hay muchas damas en la corte que están loquitas por ti.
    Ahora fue el turno de André para reír a carcajada abierta.
    - Lo siento…¿te das cuenta de lo que estás diciendo?
    - Sólo la verdad, André- dijo Oscar.
    André insistió.
    - A mí me parece entonces que…esos sí son celos…
    Oscar apenas pudo mover la cabeza para negar o afirmar, cuando notaron que Lady de Polignac ya estaba frente a frente a María Antonieta.
    No pudieron escuchar nada sobre la conversación.
    - Me intriga saber qué le está diciendo esa mujer a la reina.
    - A mí también- respondió André.- Quisiera saber de qué se trata eso tan importante que le estará diciendo a María Antonieta.
    Oscar se aventuró y se acercó sigilosamente.
    Al llegar, María Antonieta, lejos de molestarse, dijo a Oscar.
    - Coronel Jarjayez, ¿conocía usted a Lady de Polignac?
    Oscar hizo una ligera reverencia.
    - Había escuchado de su apellido, aunque no la conocía personalmente.
    - Ella estará en la corte junto a mí. Espero que la trates con dignidad y solicitud.
    Oscar asintió aunque con algo de dificultad.
    - Está bien, Su Majestad.
    El coronel Jarjayez se apartó y fue donde André.
    - Ahora resulta que tengo que rendirle pleitesía a esa mujer tan sólo porque será la favorita de María Antonieta.
    André trató de calmar al coronel.
    - Calma, Oscar…no creo que le dure mucho a la reina esa amistad.
    Sin embargo, ambos estaban ligeramente equivocados al respecto.
    Mientras tanto, Rosalie preparaba un potaje para su mamá.
    - Hija, debes estar cansada, después de tanto trabajar con esa señora.
    - No te preocupes, mamá- dijo Rosalie, mientras daba de comer a su madre- Según veo ya tienes mejor semblante.
    - Un poco más, gracias a tus cuidados- dijo la señora Lamorlierie- pero no quiero sentirme bien a expensas de tu cansancio.
    - No digas eso, mamá. Por ahora me va bien con Madame Bertrand. Ahora ya le están pidiendo costuras para la reina y para sus cortesanas.
    - Me imagino que le pagarán muy bien.
    - No mucho- dijo la muchacha- me parece que la situación en la corona francesa no es muy afortunada.
    - ¿Lo ves? Hasta los reyes lo pasan mal en ocasiones.
    Rosalie negó.
    - No sé a qué se debe eso. Es increíble que la reina siga viviendo con lujos mientras la gente esté en pobreza extrema.
    - No te angusties. Quizás pronto salgamos de esta situación. ¿Has visto a Jeanne? ¿Sabes cómo está?
    - No, mamá. No la he visto.
    La señora le rogó.
    - Rosalie…por favor, busca a tu hermana. Escuché que está con la marquesa de Boillanvillers…sólo tienes que enviar a alguien o averiguar con alguna de las costureras. ¿Lo harás?
    Rosalie se ponía algo triste pero accedió.
    - Está bien, mamá. Mañana mismo iré a buscarla.

    En tanto…
    - ¡No puede ser, Jeanne!- se quejaba aparatosamente Nicolás.- No puede haber humillación más grande que ésta.
    - ¿A qué te refieres, Nicolás?- preguntó Jeanne, desconcertada.
    Nicolás refirió.
    - A que en la guardia real…el nuevo coronel de infantería…es una mujer.
    Jeanne entornó los ojos.
    - ¡¿Cómo?!- insistió la protegida de la marquesa.- ¿De dónde sacas esa barbaridad?
    - Es la verdad- dijo Nicolás- El coronel Jarjayez es mujer. Apenas si me había dado cuenta.
    Eso a Jeanne no le agradaba mucho.
    - ¿Y es atractiva?
    Nicolás negó.
    - No hablemos de eso…de hecho, vestida como hombre, nadie podría fijarse en ella, y mucho menos frente a ti. ¿Sabes qué es lo que causas en mí, Jeanne?
    Jeanne miró a Nicolás.
    - No lo sé…¿por qué no me lo dices tú mismo, Nicolás?
    Éste la besó fervientemente.
    - Dime…¿aceptarías ser mi esposa?
    Jeanne sonrió y apartó ligeramente a Nicolás.
    - Todo a su tiempo, Nicolás. No es tiempo todavía.
    Al poco rato llegó Rosalie buscando a Jeanne. La marquesa no se encontraba.
    - Perdón…¿estará la señorita Jeanne Valois?
    - ¿Quién la busca?- preguntó la mucama.
    Rosalie respondió.
    - Su hermana…
    La sirvienta fue donde Jeanne y la anunció.
    Al poco rato salió Jeanne y vociferando, exclamó.
    - ¿Qué hace esta zarrapastrosa aquí?
    Rosalie intervino.
    - Jeanne…por favor…ve a ver a mamá…ella te extraña.
    - ¿De qué habla esta mujer? Será mejor que la saquen de una vez…no la conozco ni sé qué está haciendo aquí…
    La muchacha lloraba.
    - Por favor, Jeanne…mamá te necesita.
    Nicolás preguntó inmediatamente.
    - Jeanne…¿quién es esta mujer y qué hace aquí?
    Pero Jeanne volvió a negarla y la mandó echar sin consideraciones.

    Rosalie se volvió a su casa hecha un mar de lágrimas…
     
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    Cap. 25

    - ¿Mujer?- preguntó la marquesa de Bouillanvillers a su sobrina Jeanne.
    - Eso dice Nicholas, tía- respondió la muchacha Valois.
    - No puede ser, tengo entendido que el general Jarjayez sólo ha tenido un hijo. Las demás son hijas.
    - Pues Nicholas asegura que se trata de una mujer.
    - Eso es algo totalmente erróneo, querida. Mira, quizás tu novio ha notado que el muchacho es muy delicado y por eso cree que es mujer. Nos convenceremos si vamos a una de las reuniones de la corona. Cuando seamos llamados…
    Jeanne dijo:
    - Tía…¿es posible acelerar que la reina nos llame a la corte?
    - Imposible, querida. Sólo se puede ir si somos llamados por Sus Majestades. Ven, vamos a arreglarnos para ir al centro.
    Sin embargo, Jeanne estaba realmente preocupada por dos razones. Una, lo que Nicholas había dicho, y la otra, por su encuentro con Rosalie. No se esperaba encontrar frente a frente con su hermana.
    Tras ir de compras al centro, en un carruaje, casi chocan con el coche de la familia Jarjayez. En él iban Oscar y André.
    - ¿Viste ese coche?- preguntó André.
    - Sí…al parecer es de la casa Boillanvillers…pero me extraña que vaya ocupado por alguien más.
    - ¿Conoces a esa mujer?- preguntó André.
    - ¿A la marquesa? Sí…muchas veces fue a la casa a charlar y tomar té con mis hermanas.
    - Pero…había otra mujer ahí.
    - Esa es a la que no puedo identificar- respondió el joven Jarjayez.
    André le preguntó.
    - ¿Cómo va el asunto con madeimoselle Polignac?
    - Madame, André. Se trata de una mujer casada, recuérdalo. A menos que…
    André se carcajeó.
    - Claro que no, Oscar. Esa mujer no es mi tipo. Ya sabes quién me tiene mal.
    Oscar sonrió. Pero André volvió la mirada.
    - ¿Sabes que los soldados están admirados de tu forma de trabajar con ellos?
    - Me alegra que así sea- respondió Oscar.- Aunque creo que alguien que no se alegra de ello, ¿verdad?
    - Así es…ese tal de la Motte…rumoreó entre algunos que eras mujer…
    Oscar miró a André y luego rió.
    - ¿Y le habrán creído?
    - Eso no lo sé…pero vaya que tiene gracia, ¿no?
    Oscar no dijo más y palmeó el hombro de André.
    - Vamos a la casa…quiero que veas unos libros que traje, quizás puedas echarles un vistazo.
    Se adentraron en la casa Jarjayez y no salieron hasta la noche.

    Rosalie estaba en la casa de modas de Madame Bertrand, cuando una de sus compañeras la miró algo triste.
    - ¿Qué sucede, Rosalie?
    La chica bajó la cabeza y trató de secarse el llanto.
    - Nada, Marie…es que…creo que hace algo de frío.
    - No seas niña…seguramente es porque no ha venido Bernard Chatelet.
    - No digas eso, ese señor ha sido como mi protector. No tiene por qué venir a verme.
    - Eres tú la que no quiere darse cuenta. Bernard está interesado en ti. Lástima que él sea tan pobre como nosotros.
    Rosalie le preguntó.
    - ¿Es él el de los panfletos que circulan por las calles desde hace un mes?
    - Así es. Es un periodista renombrado ya en los círculos populares. Casi tanto como Saint-Eves…el de los escritos eróticos.
    - ¿Qué es eso?- preguntó Rosalie.
    Marie se carcajeó.
    - Olvídalo, Rosalie. Pero ya no llores, que tu hombre vendrá antes de lo que te imaginas.
    Y justamos, momentos después llegó Bernard buscando a Rosalie para llevarla a comer.
    - ¿No te lo dije?- preguntó Marie, aseverando.
    Rosalie estaba algo cohibida.
    Bernard dejó su sombrero en una percha y preguntó.
    - ¿Está Rosalie?
    Marie se acercó.
    - ¿No deberías preguntar primero si está Madame Bertrand?
    Bernard respondió.
    - La vi salir a dejar unas piezas a la corte, así que no tiene sentido preguntar por ella, ¿no crees? Anda, linda- dijo acariciando su mentón- ¿puedes ser buena y decirme dónde está Rosalie?
    - Está allá en el fondo del taller pero…no tiene muy buen humor hoy…no sé por qué.
    Bernard se acercó lentamente.
    - Pequeña…
    Rosalie era tímida y sólo acertó a saludar levemente.
    - ¿Cómo está, señor Chatelet?
    Bernard sonrió diciendo.
    - Parece que no estás de muy buen humor hoy, ¿cierto?
    - No es eso…es que…tengo algunos problemas.
    Chatelet intervino.
    - Será mejor que vengas a comer ahora, antes de que regrese madame Bertrand.
    - ¿Y si llega y no me encuentra?
    Marie interrumpió.
    - Yo puedo decirle que tuviste que salir y que no tardarás. Anden…yo la entretengo.
    Bernard agradeció.
    - Te debo una, Marie.
    - Saint Juus debe enviarme mi ejemplar de los sábados.
    - Sólo por eso lo haces- dijo Bernard.- Está bien…hablaré con él.
    Ambos salieron al café.
    Estando ahí, Bernard pidió pastel y café para su amiga.
    - Cuénteme, Rosalie…¿por qué estaba tan triste cuando llegué?
    - Bernard…tengo una hermana que…digamos…anda lejos de nosotras…
    - Ya me imagino…es una mujer de reputación dudosa…
    - No- dijo Rosalie.- Ella encontró la manera de adquirir una mejor posición y ahora, ya no quiere saber nada de mi madre ni de mí.
    Rosalie se soltó a llorar.
    Bernard acarició su cabellera.
    - Lo siento, Rosalie. Pero no debe preocuparse. Su hermana no sabe lo que está haciendo. Y si pertenece a la nobleza…su tiempo está contado.
    - ¿De qué habla?
    - ¿No ha escuchado hablar acerca de la Liberté?
    - Algo hay de eso. Pero…sólo son ideas…
    - Ideas que pueden concretarse en realidad. Cada ciudadano está a la espera de algo que puede suceder no sabemos si en un futuro no muy lejano. Algunos aún tienen miedo. Pero esperemos que la situación con la corona se mejore, o tendremos que tomar cartas en el asunto.
    Rosalie no entendía del todo.
    - No comprendo, Bernard.
    - No me haga caso. Ahora, deje de llorar y déjeme contemplar esos dulces ojos que brillan con el sol.
    Rosalie bajó la cabeza. Bernard era un buen hombre pero la cohibía e intimidaba un poco.

    En tanto, Oscar subió a su cuarto, mientras André esperaba en la sala.
    Luego, descendió con sus armas y una invitación.
    - Mi padre ha dejado para mí la invitación que envía precisamente la duquesa de Verit a su baile de gala.
    - ¿Irás?
    - Tendré que estar, por ser noble. Ah, pero tú vienes conmigo.
    - ¿Yo?- preguntó André.
    - Por supuesto…tú eres parte de la familia y tienes que estar con nosotros.
    André agradeció.
    - Es usted muy amable, coronel.
    Oscar se desparramó en un sillón.
    - Todavía no me hago a la idea de que soy coronel de la reina.
    André respondió.
    - Deberías hacerte a esa idea, Oscar. Has demostrado mucha capacidad para dirigir un ejército. Así que no deberías preocuparte. Lo harás bien.
    Oscar dijo a André.
    - ¿Por qué siempre me has tenido tanta confianza, André?
    - Será porque…te he visto crecer…y sé de lo que eres capaz.
    Oscar repuso.
    - No sé si agradecértelo…eres realmente como un hermano para mí.
    André contuvo una necesidad imperiosa de hacer algo que sabía que no debía hacer.

    La sala de aquella casa se llenó de gente noble.
    Oscar y André deambularon por la sala en espera de saludar a alguien conocido.
    - No veo a ninguno de mis soldados.
    - Pero mira allá…vienen como cinco chicas. Están ansiosas por bailar contigo.
    Oscar dijo:
    - ¿Puedes irte adelantando?
    - ¿No vas a bailar?
    - No por ahora…entretenlas por mí, ¿quieres?
    André sonrió. Su amigo siempre se salía por la tangente.

    Al poco rato, Oscar buscó a alguna persona conocida. Y al primero que vio fue al conde de Guémene.
    - Señor conde…tal parece que el destino se dispone a reunirnos, ¿no es así?
    - Así parece, joven Jarjayez…

    Guemene estaba desconcertado con la forma de actuar del coronel Jarjayez.
    Lo miró con atención y luego dijo a otro de ellos.
    - ¿No notas algo raro en el coronel Jarjayez?
    - Para nada…es un noble caballero de alcurnia- respondió el otro.
    Sin embargo, Guemene no quitaba el dedo del renglón.

    Oscar repasó la estancia cuando encontré frente a frente a Jeanne Valois.
    - Perdón, madeimoselle- dijo Oscar- no la vi venir.
    Jeanne sonrió coquetamente a Oscar.
    - Está usted disculpado, caballero.
    - Para resarcir el incidente…¿aceptaría bailar conmigo?
    Jeanne aceptó emocionada.

    Pero el rostro de Nicholas denotaba suma molestia.
    Cuando terminó la danza, Nicholas fue donde Jeanne.
    - ¿Te agradó mucho el caballero, linda?
    - SÍ…es noble y gentil…y muy guapo. Dime…¿lo conoces?
    Nicholas respondió con afectación.
    - Es nada menos que el coronel Oscar Jarjayez…¿te dice algo su nombre?
    Jeanne negó.
    - ¿No es él tu comandante?
    - Así es, querida…
    La joven Valois entonces pensó que era una buena oportunidad para alternar con la realeza.
     
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    Cap. 26
    Aquella fiesta se desarrollaba con algo de alegría y buen gusto.
    Jeanne dijo a su esposo.
    - Entonces, él es el coronel Jarjayez…
    - Es el que te dije que quizás era mujer.
    - Olvídalo, es tan hombre como el que más.
    - ¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes?
    - Porque acabo de charlar un poco con él. Además, la marquesa dice que el general Jarjayez sólo tuvo hijas y un hijo.
    Nicolás no estaba muy convencido del todo pero creyó en las palabras de su prometida.
    En tanto Oscar deambulaba por la estancia, mientras André terminaba una pieza con otro joven.
    - ¿Cansado, André?- preguntó Oscar.
    - ¿Qué si estoy cansado? Ni preguntes…estoy atendiendo a todas las que puedo por cortesía pero tú no ayudas.
    - No te quejes- dijo Oscar- no estaremos muy a seguido a menos que su Majestad lo ordene.
    Al poco rato, llegó la reina en persona.
    - Su Majestad, María Antonieta…
    Todos se inclinaron. La anfitriona fue a recibirla y se le dio el lugar de honor.
    Sin embargo, la marquesa de Boillanvillers y su familia se marcharon antes.
    Jeanne rabiaba.
    - ¿Por qué no pudimos quedarnos cuando su majestad llegó?
    - Es que tengo que volver a la casa, querida Jeanne.
    Nicolás miró el rostro de su novia que estaba bastante deteriorado.

    En la fiesta, llegó la hora de cenar.
    Oscar y André se sentaron juntos cual convenía al acompañante de honor de un noble, aunque también en espera de las órdenes de su amo.
    La reina conversaba con los generales y condes que estaban presentes.
    - Dígame, su Majestad. ¿Tiene muchas audiencias diariamente?
    - No tantas como yo podría imaginar. Sin embargo, tengo que cancelar algunas. Hay mucha gente frente al palacio todos los días.
    El conde de Guémené trató de ser adulador.
    - Debería cancelar muchas más de las que podría. No es conveniente que reciba a gente con rango inferior…
    Oscar intervino.
    - Majestad…si me lo permite..
    La reina miró a Oscar con dulzura y respondió.
    - Dime, Oscar…¿tú que opinas al respecto?
    - Yo…opino que no debería fijarse en el rango de las personas, sino más bien en su necesidad. Hay gente que viene a verla desde muy lejos y sería injusto que no los atendiera. Realmente pienso que todos tienen derecho de ser escuchados. Y pienso que el deber de un rey y una reina es estar al servicio de su pueblo.
    André pensó dentro de sí.
    - Oscar tiene razón. Me alegra que se exprese de esa forma.
    Los convidados miraban a Oscar con admiración.
    - Ha hablado sabiamente- dijo uno de ellos.- A pesar de ser tan joven.
    El conde de Guémené continuó.
    - Eres prudente…-señaló.- Eso conviene a tu status. Lo que considero que no debería ser es que…una mujer fuera coronel…
    El general Jarjayez intervino.
    - Mida sus palabras, señor conde.
    Pero antes de que llegara alguna aclaración de parte del conde, Oscar se adelantó a justificarse.
    - ¿No le parece que es peor que un conde sea capaz de aprovecharse de la ignorancia y necesidad de un niño para quitarlo del camino y dispararle por la espalda? Eso es…no sólo indebido sino…ridículo.
    Oscar sonreía pero André no.
    Le dijo al oído.
    - ¿De verdad sabes lo que estás diciendo, Oscar?
    - Totalmente, André y lo sabes.
    El conde de Guémené se sobresaltó y dijo.
    - Eres alguien arrogante y voy a hacerte pagar tus palabras. Te reto a un duelo.
    La reina se preocupó.
    - Señor conde…creo que es necesario que comprenda a Oscar…
    - No hay más. Si el duelo no se da, mi familia quedaría en ridículo.
    André pidió al general.
    - Monsieur Jarjayez…tiene que disculpar a Oscar.
    - No lo haré. Ningún heredero mío perderá un duelo.
    Oscar demostraba furia.
    - No es necesario que me digas más, André. El duelo se llevará a cabo.
    Pero la reina intervino.
    - Un momento, señor conde. No puedo permitir que ese duelo se lleve a cabo. Oscar…quedas delegado de tus funciones temporalmente. Te quedarás en confinamiento en tu casa por dos semanas sin presentarte a la corte para nada.
    Oscar no comprendió la decisión de la reina.
    - Discúlpame- dijo en voz baja- es que el conde…
    - Comprendo- respondió bruscamente.- Estoy de acuerdo y me retiro.
    André siguió a Oscar. Su padre se retiró al poco rato.
    Cuando llegaron a su casa su padre comenzó a preparar sus cosas.
    - ¿Te irás de viaje?
    - Sí…voy a atender asuntos importantes a París y quiero que permanezcas en calma, mientras la reina decide algo mejor para ti.
    - Sí, padre- respondió el joven coronel.
    Cuando el general se marchó, Oscar deambulaba por su habitación.
    André le seguía los pasos, fielmente, tratando de averiguar lo que su amigo tenía en mente.
    - ¿Y ahora qué vas a hacer, Oscar?
    - No lo sé…
    - ¿Ya lo sabe mi abuela?
    - No…imagínate…se lo diría enseguida a mi padre.
    - De igual forma se v a enterar.
    Y así fue. Al día siguiente, Oscar no se presentó en la corte.
    - Oscar…es tarde, debes ir a Versalles enseguida.
    - Ahora no, nana…
    - ¿Cómo que no? Tu padre me matará si no te hago que vayas a la corte.
    Oscar se quedó en silencio.
    La nana preguntó.
    - Vamos a ver…¿qué pasó anoche?
    - Verás…es que…discutí con el conde de Guémené y…
    - ¿Y?
    - La reina me delegó por dos semanas.
    La nana se contrarió.
    - ¿Cómo es posible, Oscar?
    André llegó al poco rato.
    - ¿Dónde estabas, muchacho atolondrado?
    - Estaba afuera. ¿Qué sucedió?
    - ¿Cómo qué sucedió? No pudiste evitar que Oscar fuera castigado por la reina.
    - Era inevitable, abuela.
    De pronto, Oscar interrumpió el reto a su amigo.
    - Nana…voy a salir de viaje. Voy a aprovechar para ir a conocer las propiedades de los Jarjayez.
    - No, no puedes hacer tal cosa.
    - Claro que puedo. Cuando mi padre vuelva le dirás que tuve que incapacitarme…una fractura o algo así.
    - Pero, Oscar…
    André suplicó.
    - Anda, abuela, acepta o yo lo pasaré mal.
    - Tú debes cuidar de Oscar. Por favor, Oscar, recapacita.
    - Ya está decidido.
    André secundaba a Oscar en todo.
    - Espero que este viaje nos haga mucho bien a todos.
    - Así será, André, ya lo verás- respondió con un guiño.
     
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    Cap. 27
    - ¿Puedes decirme qué vamos a hacer ahora en este sitio?- preguntó André a Oscar cuando ya llegaban a una de las fincas de los Jarjayez.
    - Reims es un lugar tranquilo, André. Así que supongo que cabalgar, leer, recorrer la campiña, conocer todo lo que hay alrededor.
    André se quedó mirando al lugar. Era hermoso. Las últimas cosechas de trigo estaban reventando. Oscar quería recorrer aquellos campos y disfrutar del sol que doraba a fuego las mieses.
    El color del cabello de Oscar también brillaba a la luz del sol. André contempló aquel espectáculo. Era extraño pero no era una atracción irregular. Oscar lo comprendió así y sonrió.
    - ¿Te gusta el lugar, André?
    El muchacho sonrió.
    - Creo que no conocía este lugar. Pero realmente me agrada mucho. Es un sitio donde la naturaleza descuella y donde se puede respirar mucha paz.
    Oscar notó que el corazón de André estaba en flor. Era algo que nunca había visto en su amigo.
    Entraron a la finca. Ahí se encontraba uno de los mayordomos.
    - ¿Joven Oscar?
    - ¿Sebastian?
    - Sí…soy yo…y supongo que éste es el joven André…
    André sonrió al notar que lo habían reconocido.
    Oscar continuó.
    - Nos dejaste de ver cuando aún éramos unos niños.
    - Sí, realmente ha pasado ya mucho tiempo. Pero…¿han venido sólo ustedes?
    - Sí, vinimos solos.
    - Pero…¿y el general?
    - El general ha permitido que vengamos de vacaciones.
    - ¿En verdad? Supongo que él después los alcanzará.
    Los muchachos se miraron uno al otro.
    - Tal vez, por ahora…sólo queremos pasarla bien un rato, cabalgar y recorrer el campo.
    - Bienvenidos, muchachos.
    André sonrió.
    Cuando entraron a la casa, André dijo a Oscar.
    - Creo que te estás entrenando para mentir cada vez mejor, ¿cierto?- guiñó el ojo.
    - Pues creo que no mucho, André. Realmente, a pesar de que todo parece ir bien, temo que mi padre se dé cuenta de lo que estamos haciendo. Se va a enterar queramos o no.
    - ¿Tienes miedo?
    Oscar se miró las botas.
    - ¿Miedo? No exactamente…quizás algo de reserva, por primera vez no sé cómo va a reaccionar mi padre.
    - Mejor no pienses en eso, Oscar. Será mejor que aprovechemos el tiempo antes de que tu padre se entere, ¿no crees?
    - ¿Sabes qué?- preguntó Oscar.
    André esperaba la aseveración cruzando su brazo alrededor del cuello de Oscar, cuando éste salió corriendo.
    - ¡Tortuga el que llegue al último!
    Oscar corrió hacia un pequeño lago. André corrió detrás y llegó un poco después.
    - No sé cómo haces…-dijo André- pero siempre llegas antes.
    - Eres menos ligero que yo, André, lo siento- rió Oscar.
    Se tumbó en el pasto, mientras escuchaba a los pájaros cantar.
    - Ojalá pudiéramos quedarnos siempre aquí.
    - Es verdad…este lago es hermosísimo. Sus aguas son profundas y cristalinas…con el sol brillante parecieran las gotas como esmeraldas que centellean…
    Oscar se incorporó.
    - ¿Esmeraldas? No, André…las aguas del lago son azules…
    - ¿Azules, Oscar?
    Oscar miró a André. Y sin mirar el lago dijo:
    - Sí, André…son azules…como gemas azules que brillan y que parecen pedazos de cielo…
    Un grito interrumpió aquella conversación.
    - ¡Joven Oscar! ¡Joven André!
    Oscar se incorporó.
    - Ya vamos Etienne! Ven, André, seguro es para la comida.
    El hijo del general se levantó de un salto.
    André todavía se quedó contemplando el lago unos segundos.
    - Te equivocas, Oscar…este lago tiene el brillo de las esmeraldas…

    En Versalles, la reina estaba preocupada por lo de Oscar.
    El conde Guémené estaba feliz puesto que no había tenido que combatir con él.
    Sin embargo, el general entró en audiencia y no encontró a Oscar.
    - Majestad…
    - General…¿cómo está Oscar? Estoy preocupada por saber cómo tomó su relevación temporal.
    - Algo acabo de saber…sin embargo, también quiero saber qué fue exactamente lo que le dijo.
    - Le pedí que se quedara en su casa por dos semanas. Pasadas éstas, puede regresar sin problemas.
    - Está bien, Majestad. Le voy a hablar para saber qué ha pensado de momento.
    El general se marchó.
    De pronto, arribó cerca de ella la presencia de Lady de Polignac.
    - Si me disculpan, tengo que atender a la dama…
    Los oficiales se preguntaron por qué la reina los echó de la audiencia por aquella mujer.
    Cuando María Antonieta quedó a solas preguntó.
    - Madame…¿puedo saber por qué no ha venido?
    - Es que…no tenemos suficiente dinero para poder presentarnos en la corte…Majestad…hemos venido a menos…
    La reina se decía a sí misma:
    “Esta mujer es sincera…no ha tenido empacho en decirme que está en la pobreza…ese gesto de sinceridad no lo he encontrado en nadie más. Tengo que hacer algo por ella…”
    - Madame…no debe preocuparse más…a partir de ahora va a vivir aquí en la corte y por los gastos de su familia tampoco debe tener pendiente.
    - Pero…Majestad…
    - Olvídelo, usted sólo tiene que preocuparse por estar aquí, a mi lado, y compartir mis alegrías, ¿lo hará?
    Lady de Polignac fingió sorpresa.
    - Majestad…agradezco su deferencia, no entiendo su interés pero lo agradezco infinitamente…haré lo que me pida.
    - Bien, entonces, acompáñeme, vamos al otro salón para que me ayude a seleccionar algunas prendas.
    - Sí, Majestad- respondió la mujer haciendo una pequeña reverencia.

    A partir de ese momento aquella mujer comenzó a participar de la vida de lujos y atractivos de la corte, haciendo de María Antonieta una mujer débil y un tanto pusilánime.
    Polignac había sido capaz de doblegar la voluntad de la reina y someterla a sus propios caprichos, al grado de conseguir que María Antonieta saliera cada vez más seguido a los bailes en casas nobles.
    Esto se repetía muchas veces y el rey Louis no se percataban de las diversiones de su esposa.

    Y en Suecia, un joven militar leía un documento enviado por un compañero francés.
    Tras leerlo, suspiró un segundo y luego pensó.
    - Es ella…ha cambiado tanto…no puedo creer que esté así…¿será feliz?- se preguntaba.
    Su mente viajó hasta ella. Luego pensó en si debía o no volver a Francia.
    Su padre le dijo:
    - Hans…¿en qué piensas?
    - En nada, padre…enterándo de los asuntos de la corona francesa.
    - Ah, sí, lo de María Antonieta…seguramente la reina María Teresa apenas lo puede creer…
    Hans respondió.
    - No me refería exactamente a eso, padre…sino a los asuntos de la guardia.
    - ¿Estás interesado en volver? Has recibido muy buena instrucción.
    - Sí, padre…pero me gustaría terminar de formarme en el mejor ejército del mundo.
    - Está bien…sin embargo, tu viaje no debe ser sólo para eso.
    - ¿Qué más deseas, padre?
    - Que busques una esposa…eres mi hijo varón y quiero que seas mi sucesor. Deseo tener a mi heredero cuanto antes.
    Hans se preocupó.
    - ¿No crees que es muy pronto?
    - No…yo ya estoy envejeciendo y no creo que haya tiempo para que lo pienses dos veces.
    - Sólo quiero escoger a una buena esposa, padre.
    - En ese caso, tómate tu tiempo. Pero pronto irás a Francia, te lo prometo.
    - Gracias, padre- sonrió el joven conde.
    Cuando su padre se marchó dijo:
    - Por fin, María Antonieta…volveré a verte…

    - ¡No, no otra vez!- replicó Bernard mientras leía una nota de Versalles.

    - ¿Qué sucede?

    - Ya estoy harto de los caprichos de la reina…cada día comemos peor y los reyes de Francia no se dan cuenta. Creí que algo cambiaría pero no fue así.

    - ¿Crees que la reina haga las cosas mal?

    - Ya sabemos quien gobierna Francia…vamos a darle el beneficio de la duda.

    Maximilien Robespierre añadió.
    - Vamos a Reims para reunirnos con los comunes y redactar el manifiesto que leeremos en la próxima sesión.
    - Lo que quieres es que Saint Juus te proporcione algo de su…fino material.
    - Algo hay de eso, pero no soy tan materialista. Deseo que ese manifiesto esté cargado de valor patriótico.
    - Cuenta con ello, Maximilien. Sólo necesito despedirme de alguien. ¿Me lo permitirás?
    - Por supuesto- dijo Robespierre.
    Cuando Bernard salió se encontró con Rosalie.
    - Precisamente iba a buscarla…
    - ¿Para qué, Monsieur Chatelet?
    - Para decirle que voy a ir de viaje a Reims unos días…me tendré que privar del placer de verla.
    - No diga eso, Bernard…seré yo quien me prive de su forma de hablar y de escribir.
    - Es usted un ángel por leer mis publicaciones.
    - Todo París lo hace con gusto…
    - ¿Cómo sigue su señora madre?
    - Mucho mejor, gracias…sólo espero que Madame Bertrand siga siendo la costurera de palacio, así me pagará bien.
    - Eso deseo también…lamento que los gustos de la reina tengan que pagar también nuestra comida.
    - De alguna forma nos ayuda.
    - ¿A qué hora la veré mañana?
    - A las nueve, salgo de casa y voy hacia la boutique.
    - Entonces, estaré ahí puntual, Rosalie. Au revoir, madeimoselle trés jolie…

    Rosalie sonrió. Extrañaría a Bernard, pero ahora le preocupaba más la salud de su madre…

    El grito se ahogó en risas en el comedor.
    - Ese conejo salió corriendo antes de que pudiera alcanzarlo- dijo André.
    - Es verdad, André. Seguro se asustó al verte.
    - Qué gracia…seguro te vio a ti primero.
    - No me hagas reír tú a mí…
    Etienne dijo:
    - Como cuando eran niños…
    Oscar sonrió.
    - Algo hay de eso, Etienne, sólo que este malcriado se ha vuelto meditabundo.
    Se levantó para prender la chimenea.
    - Te espero en la sala, André.
    - Ya voy, Oscar.
    Etienne le preguntó.
    - No es necesaria ninguna explicación…te entiendo, muchacho.
    - Es duro vivir así, Etienne…pero prefiero eso que dejar de ver a Oscar para siempre.
    - Un gran sacrificio…
    - Oscar lo vale…no me importaría un día morir en lugar suyo si fuera necesario.
    - No hables así, André…
    - No te asustes, Etienne…decías que como cuando éramos niños…casi, porque antes había esperanzas pero ahora…estoy seguro que Oscar no aceptaría lo que le propusiera.
    - Deja que el tiempo haga su labor, André…algo me dice que Oscar cambiará de opinión.
    - Eso sería lo más maravilloso que me sucedería, Etienne…
    ¿De qué habla Etienne con André?
     
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